Reflexión lunes 16 de septiembre
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,1-10):
En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Palabra del Señor
Reflexión
“Señor no soy digno de que entres en mi casa” pero lo hace siempre que acudimos al pan de la eucaristía. En el evangelio es un pagano el que se acerca a Jesús y pone en Él toda su confianza “una palabra tuya y mi criado quedará sano y salvo”. Un ejemplo de cómo debemos acercarnos a Jesús, con la seguridad de que nuestras palabras, sean de petición o de alabanza, no caen en el vacío. El Señor sabe que lo necesitamos y está dispuesto para ayudarnos. Pero es muy importante que las palabras del centurión calen en nosotros. Hemos de reconocer que no somos dignos, que nos cuesta seguir su camino, que ponemos el corazón en cosas pasajeras creyendo que van a traernos la felicidad, que los afanes de cada día nos distraen de la amistad con Jesús. Reconocer nuestra debilidad no es un fracaso sino una necesidad, de este modo caemos en la cuenta de que el perdón y el amor de Dios son como el pan de cada día, la ayuda divina para mejorar nuestra vida de fe y obrar con más generosidad ante las necesidades ajenas.
Pablo en la primera carta a los Corintios nos advierte sobre la práctica de la caridad y la relación fraterna con los demás. El modelo es la cena del Señor, una tradición que él ha recibido y transmitido a los corintios: “que el Señor Jesús tomó pan lo bendijo y lo partió diciendo tomad y comed” igual para todos, sin distinción de ricos o pobres, únicamente la limpieza de corazón acompañada de las buenas obras. Es un reto para la Iglesia, sacerdotes y fieles, lograr que nuestras asambleas dominicales recreen este clima de naturalidad y sencillez en la celebración eucarística. Los cantos, las lecturas, las ofrendas deberían crear este clima de encanto por el misterio que celebramos, al menos debemos de intentarlo. Las prisas, la obligación del precepto, el desconocimiento de los propios fieles, hace que los encuentros sean más formales que expresivos de la fe en muchas ocasiones. El don de la fe, como un regalo, debería hacer más naturales y más alegres nuestros encuentros semanales.
-Oremos por la Iglesia para que sepa transmitir con alegría el don de la fe.
-Oremos por la paz en el mundo
-Oremos por la salud de todos los enfermos.
-Oremos por nuestra Universidad, profesores y alumnos, que la luz de la fe ilumine los conocimientos humanos.