Reflexión lunes 4 de diciembre
EN aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
Palabra del Señor
El profeta Isaías nos invita a poner al Señor en el centro. Frente a la tentación de la idolatría, de buscar la vida en el dinero, el poder, el placer, el éxito… la Palabra nos invita a caminar a la luz del Señor, él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas.
Esa fidelidad y confianza en la Palabra del Señor es lo que traerá la paz, lo que cambiará las espadas en arados… Porque todo es don, todo es gracia, todo es obra del Señor. La salvación es un don gratuito del Señor.
La certeza del amor y de la fidelidad de Dios nos hace vivir en la esperanza, porque la historia -a pesar de los combates y sufrimientos- es historia de salvación. Por eso, podemos cantar, con el Salmo: Vamos alegres a la casa del Señor.
Y esta certeza es la que tiene el centurión del Evangelio: Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Cree en el poder de la Palabra del Señor y por eso ¡ve la gloria de Dios!
Si quieres abrir la puerta de tu corazón al Señor, empieza por usar estas llaves: la fe en la Palabra del Señor, la confianza en su amor y que Él sea el centro de tu vida: ¡No adoréis a nadie más que a Él! ¡Nadie te ama como Él!
¡Pídele al Espíritu Santo poder vivir cada día ese encuentro con el Señor en tu vida!
También tú si crees, ¡verás la gloria de Dios!