14 sept

Reflexión martes 14 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,13-17):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Palabra del Señor

Reflexión

      Celebramos hoy la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la fiesta de la Cruz, que es fecunda y gloriosa. En ella -misteriosamente- está la salvación. Es la prueba del inmenso amor que Dios te tiene: ¡nadie te ama como Él!

La experiencia del pueblo que camina por el desierto es también tu experiencia. El pueblo de Israel se rebela contra Dios. En vez de alabar, murmura; en vez de bendecir, protesta; en vez de agradecer, exige…

Esa es la raíz más profunda y venenosa del pecado: dudar del amor de Dios, desconfiar de la historia que Dios está haciendo contigo, rechazar su palabra, porque en el fondo no te acabas de creer que sea una palabra de amor, de vida y de salvación.

Creado a imagen y semejanza de Dios, cuando el hombre se cierra al amor de Dios, experimenta la muerte profunda de su ser. Muerte que se va manifestando en la insatisfacción, el resentimiento, la tristeza, el vacío y el sinsentido.

Y experimenta que uno no puede salir de la muerte sólo con sus fuerzas. Necesita mirar el árbol de la Cruz donde está clavada la salvación del mundo.

Jesucristo crucificado y resucitado es el Salvador, el único que puede curar tus heridas y sanar tus males.

¿Cómo? La segunda lectura nos da la clave.

Adán, siendo criatura quiere usurpar el lugar de Dios, quiere “ser como Dios”, quiere ser dueño del bien y del mal, dueño de su vida. El resultado: la muerte.

Jesucristo, siendo Dios, se hace hombre, se rebaja, se humilla; obedece a la voluntad del Padre, aunque no le apetece, entra en la Cruz: Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (cf. Mt 26, 36-46). Y así oró Jesús por tres veces. Y al final, hizo la voluntad del Padre. El resultado: la redención, la resurrección, la glorificación. Al cielo se sube, bajando.

El Señor te invita hoy a abrazar tu cruz, a acogerla con cariño en tu vida, a experimentar la fecundidad de la cruz. A iluminar con la Cruz de Cristo tu propio sufrimiento y a darle sentido. A vencer el miedo a entrar en la cruz, porque ahí, en la obediencia hasta la cruz, está escondida la victoria.

Para ello, necesitas el Espíritu Santo: «Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento».

pastoral

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