22 nov

Reflexión martes 22 de noviembre

Del Evangelio según san Lucas 21,5-11

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

— «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».

Ellos le preguntaron:

— «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

El contestó:

— «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mí nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos.

Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.

Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida».

Luego les dijo:

— «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre.

Habrá también espantos y grandes signos en el cielo».

Palabra del Señor

Reflexión

Antes de comenzar el tiempo de Adviento, en esta última semana del año litúrgico, el Evangelio nos presenta a Jesús en Jerusalén. Él, preparándose ya a su final, a la Pasión, habla a sus discípulos sin minimizar las dificultades que ellos van a tener tras su muerte.

Todo lo que tenemos o vivimos es contingente. Aquello con lo disfrutamos o nos hace felices, pasa; eso que nos hace sufrir, pasa. Qohélet decía que todo es vanidad, vaciedad, porque todo, ciertamente, es pasajero. Entonces, ¿qué es lo que sostiene al católico a través de ese continuo flujo que es la vida?, ¿qué puede mantenernos estables, sin cejar en el ánimo a ser coherentes con la fe que profesamos? Comentando este pasaje de san Lucas, san Juan Pablo II dijo que «lo que nos anima no es tan sólo una esperanza puramente terrestre, sino también, y sobre todo, esta esperanza que proviene de la fe, de la cual el fundamento y finalidad es, en definitiva, el mismo Dios que, en Cristo Jesús, ha dicho su sí definitivo al hombre. Cristo, con su cruz y resurrección, ha vencido todo sufrimiento y toda la calamidad del mundo, convirtiéndose así, para nosotros, en signo de esperanza» (Mensaje a los católicos de Austria, junio 1982).

Oración

Señor,

acoge nuestras súplicas y,

por intercesión de santa Cecilia,

dígnate escucharnos con bondad.

Amén.

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