Reflexión miércoles 15 de mayo
Lectura del santo evangelio según san Juan (17,11b-19):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»
Palabra del Señor
Reflexión
Continuamos escuchando en el Evangelio de la Oración sacerdotal de Jesús.
Jesús pide para sus discípulos la unidad en el mutuo amor. Ninguna fuerza del mundo podrá separarlos de él. Jesús pide para sus discípulos protección y custodia: El mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal.
Estos son signos inequívocos de la acción del Espíritu: unidad y comunión; vivir en la verdad y en la fidelidad al Señor; vivir en el amor, como Cristo nos ha amado.
Y este es el peligro que acecha siempre a la Iglesia. Por ello, san Pablo advierte a de los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios… Porque se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño… De entre vosotros surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí.
La falsedad es la marca del diablo. Y suele ir acompañada de la codicia y de la vanagloria, de pretender robarle la gloria a Dios, porque en el fondo se vive en la idolatría.
Por eso, el que se va abriendo al Espíritu Santo, descubre que hay más dicha en dar que en recibir.
En el centro de esta oración está la petición de consagración. Jesús dice al Padre: No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
Consagrar es entregar algo totalmente a Dios. Por eso, tiene el significado de envío, de misión. Entregar a Dios quiere decir ya no pertenecerse a sí mismo, sino al Señor. Para lo que Él quiera.
Es vivir no con espíritu de siervo, sino de amigo. Y el que ama simplemente disfruta dándose.