Reflexión miércoles 20 de septiembre
Lectura del santo Evangelio según san Lucas, 7, 31-35.
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:
“Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
El Evangelio nos habla del rechazo que han tenido tanto Juan el Bautista como Jesús.
Una palabra que nos llama a la conversión, porque también nosotros hoy podemos rechazar al Señor.
¿Te parece exagerado? Pues nos puede pasar lo mismo que a los fariseos o a tantos otros que vieron a Jesús hacer milagros y escucharon su predicación, pero fueron incapaces de confesar que era el Señor.
Recuerda que por algo la Iglesia nos invita a comenzar todos los días la Liturgia de las Horas con el Salmo que dice Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón.
El Evangelio termina diciendo, que sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón.
¿Quiénes son estos hijos de la sabiduría? ¿De qué sabiduría habla?
Dos signos que nos ayudan descubrir si tenemos esa sabiduría que viene del Espíritu Santo, nos presenta el Evangelio.
Uno, la queja y la insatisfacción permanente. El que carece de sabiduría a todo le encuentra reparos; de su corazón brota la queja, la murmuración la desconfianza. El que vive en el Espíritu, ve al Señor en medio de su vida, ve cómo escribe recto con renglones torcidos, goza de su amor gratuito, fiel y misericordioso, y de su corazón brota la gratitud y la alabanza. Saborea la vida incluso en la precariedad, porque todo lo puedo en Aquel que me conforta (cf. Flp 4, 13).
Dos, la falta discernimiento para “ver” los signos de los tiempos, para contemplar las obras de Dios, y vivir atrapados por la nostalgia, el miedo y la desesperanza.
El que vive en el Espíritu, vive en la esperanza, porque Dios es fiel y está con nosotros; vive en la audacia apostólica de hacer cada día no “mis” proyectos, sino la voluntad de Dios.
Todo ello, con una gran humildad, buscando siempre la gloria de Dios (ojos engreídos, corazones arrogantes no los soportaré decía el Salmo de ayer); en comunión siempre con la (Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad, dando gracias al Señor de todo corazón (…) en la asamblea.
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).