4 sept

Reflexión miércoles 4 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,38-44):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero él les dijo: «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.»
Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Palabra del Señor

Reflexión

Después de haber mostrado san Pablo cómo la vida cristiana es una vida en el Espíritu, que nos lleva hasta tener la mente de Cristo y, más aun, a poder decir como san Pablo: Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí, hoy san Pablo constata cómo algunos corintios viven cerrados a la acción del Espíritu, viviendo según los deseos de la carne, pues los que viven según la carne desean las cosas de la carne; en cambio, los que viven según el Espíritu, desean las cosas del Espíritu (cf. Rom 8, 5).

Y la Palabra nos muestra algunos signos que nos pueden ayudar a discernir si estamos abiertos o no a la acción del Espíritu.

Jesucristo en el centro. El Espíritu siembre nos lleva a Jesucristo y lo pone en el centro. Él es el Señor, el único Señor, el Rey de reyes. Él es la piedra angular sobre la que se construye todo.

Envidias, contiendas y divisiones. No proceden del Espíritu, sino del diablo, que es el que separa, el que enfrenta.

La envidia nace de mirar al otro con los ojos del hombre viejo; nace de la desconfianza hacia Dios… En el fondo, es un pecado contra la fe. Es decirle a Dios: ¡qué mal repartes los dones! Cuando uno mira con los ojos de la fe ve al otro como un don y no como un rival. Y alaba a Dios por la obra que está haciendo con el hermano.

Las contiendas y divisiones suelen venir de querer imponer nuestro proyecto de comunidad, de querer tener un afán de protagonismo que no nos corresponde a nadie. De ahí empieza a brotar el juicio, luego viene la murmuración y, al final, se llega al enfrentamiento y a la división.

La comunidad cristiana no es un grupo de amigos, es un pueblo santo: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Los hermanos no se eligen, se acogen como un don de Dios.

Y un pueblo que no tiene más proyecto que hacer la voluntad de Dios. Y por eso, el modo de proceder no es la discusión sino el discernimiento, y vive en actitud de oración, escuchando al Espíritu.

pastoral

pastoral

Leave a Comment