28 ene

Reflexión sábado 28 de enero

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,35-41)

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

Palabra del Señor

 

REFLEXIÓN:

El evangelio de Marcos comienza diciendo sin más que Jesús plantea a sus amigos: “vayamos a la otra orilla”. Ir a la “otra orilla” tuvo que ser de gran estupor para los discípulos porque ellos sabían muy bien que al otro lado del lago Tiberíades estaba el territorio pagano de la Decápolis. Una realidad extraña y distinta a su religión, a sus creencias y a sus costumbres. Jesús no quiere quedarse en lo mismo de siempre. No quiere hacerse costumbre. Para el Señor, una realidad nueva y distinta, es una ocasión especial de actuación. Estando ya en la ruta hacia la “otra orilla” un fuerte vendaval estremecía la barca poniendo en peligro la vida de todos. Y los discípulos reclaman a Jesús: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

En su sencillez, la escena del estremecimiento de la barca nos remite a los estremecimientos de la vida debido a los cambios y nuevas realidades con las que nos topamos a diario. Y puede que ante las crisis o novedades que nos asaltan, tengamos la tentación de replegarnos, encerrándonos para protegernos, o llamar las cosas con otro nombre y no con el que tienen. Pero ante el terror padecido por los discípulos, Jesús interroga: ¿por qué tenéis miedo? ¿aún no tenéis fe?

Hoy nos encontramos con muchas “otras orillas” a las que tenemos que adentrarnos, por ejemplo, el privilegio de lo inmediato contrapuesto a la construcción de una vida en solidaridad; la superabundancia de medios en contraste con la proliferación de la exclusión; el beneficio desmesurado de unos pocos opuesto al enorme crecimiento de la marginación; el vertiginoso crecimiento científico, contrapuesto a la constante amenaza de la vida.

Ante tanta novedad pudiéramos conformarnos con preguntar al Señor: ¿no te importa que nos hundamos? Sin embargo, cabe la actitud de Jesús: su confianza. Hoy como ayer, fe y superación del miedo van juntas. La fe es confianza. Ponerse en las manos de quien sabe hilar perfectamente los hilos de la vida y del destino: Dios.

El Evangelio nos está invitando a poner toda la confianza en Dios, como dice Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda…, quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta”. Pero también nos está invitando a no huir, ni escondernos ante los cambios o peligros, lo que supone aquella actuación auténtica que sepa combinar audacia y verdad, creatividad y consistencia, firmeza y bondad, convicciones y diálogo, autoridad y caridad, generosidad y discernimiento. Porque así es como sustentamos nuestra vida y nuestra misión en la fuerza salvadora del Señor.

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