Reflexión sabado 30 de enero
Lecturas:
Heb 11, 1-2. 8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Sal Lc 1, 69-75. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo.
Mc 4, 35-41. ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
AQUEL día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Palabra del Señor
Reflexión
En el camino de aprender a ser discípulos, hoy la Palabra nos invita a vivir de la fe. Ya nos lo empezó a decir ayer: nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
Hoy, la primera lectura comienza diciéndonos: la fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
¿Qué es la fe?
Dice el Papa Francisco en la encíclica Lumen Fidei que la fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro.
En la fe, don de Dios (…), reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría.
Lo que esta Palabra comunica a Abrahán es una llamada y una promesa. En primer lugar es una llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a una vida nueva, comienzo de un éxodo que lo lleva hacia un futuro inesperado.
El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. «Abbá, Padre».
Y así, podemos ver cumplido el evangelio en nuestra vida. Tantas veces vivimos -como ahora- en medio de la tempestad: y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Y en nuestra humanidad aparece el miedo…
En medio del miedo, la Palabra te invita a “despertar” al Señor, a gritarle: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?
Y el Señor te responderá: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?.
¡Ánimo! En este tiempo de incertidumbre proclama a Jesucristo Señor de tus miedos. Él te da cada día el Espíritu Santo para que enmudezca el viento y el mar y puedas dejarte llevar por el Señor: aunque camine por cañadas oscuras, nada temo; porque tu vara y tu cayado me sosiegan
¡Os daré un corazón nuevo! (cf. Ez 36, 26).
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).