5 abr

Reflexión sábado 5 de abril

Lectura del santo evangelio según san Juan (7,40-53):

En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían:
«Este es de verdad el profeta».
Otros decían:
«Este es el Mesías».
Pero otros decían:
«¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?».
Y así surgió entre la gente una discordia por su causa.
Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron:
«¿Por qué no lo habéis traído?».
Los guardias respondieron:
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre».
Los fariseos les replicaron:
«También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos».
Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo:
«¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Ellos le replicaron:
«¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas».
Y se volvieron cada uno a su casa.

Palabra del Señor

Reflexión

La fe es algo que nos puede sacar de nuestra zona de confort, que nos saca de nuestras casillas, de lo que habitualmente nos ha parecido bueno para llevarnos a otra dimensión. No se trata solo de reconocer que Dios existe. Es mucho más. Descubrir de repente que todos son hermanos míos porque Dios es nuestro Padre, nos fuerza a cambiar la relación con ellos. Descubrir que Dios es mi padre y creador, que ya  no es juez controlador y fiscal de cada uno de mis actos, cambia mi relación con él. Todo eso cambia también la relación conmigo mismo, con mi vida.

Son muchos cambios. Y no es fácil asimilarlos. De hecho, el cambio, cualquier cambio, es lo que más nos cuesta en la vida. Darnos cuenta de que las cosas ya no van a ser como eran, nos pone muy nerviosos. Porque en el fondo nos encantan las rutinas, hacer lo de siempre y como siempre.

Los judíos tuvieron ese problema con Jesús. Su presencia, su forma de hablar y de actuar, les sacaba de sus casillas, les obligaba a repensar, rehacer y reconstruir su relación con Dios y con los demás, judíos y no judíos. Les sacaba de sus casillas de lo que siempre habían pensado, de lo que les habían enseñado de pequeños. Y les abría a un mundo nuevo, que, como a nosotros la novedad, les daba miedo. Lo más fácil era condenar a Jesús, el agente provocador del cambio, y así librarse de él. Para dejar las cosas como estaban y todos poder volver a sentirse cómodos.

Nosotros también estamos ante ese dilema: asumir la presencia viva de Jesús en nuestras vidas, con todo lo que eso significa, o volver a lo de siempre, a nuestros prejuicios, a nuestros rosarios y nuestras misas…

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