7 may

Reflexión sábado 7 de mayo

Lectura del santo evangelio segun san Juan (6,60-69):

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». 

Así murmuraban muchos de los oyentes de las palabras de Jesús. ¿Quién puede escuchar eso, quién puede seguir esas enseñanzas incomprensibles, barbáricas? A la distancia no es difícil adoptar una posición sobre la actitud de estos discípulos que luego, dice el Evangelio, «se retiraron y ya no andaban con Él». Pero, ¿qué sucede si nos ponemos en su lugar?

No es necesario que hagamos el ejercicio imaginativo de retroceder dos mil años y ponernos en la exacta situación de esos hombres y mujeres que abandonaron al Señor. Además, hoy nos es claro que Cristo estaba hablando de la Eucaristía cuando dijo que debíamos comer su Cuerpo y beber su Sangre. Pero, ¿qué pasa si nos confrontamos con aquellas enseñanzas de Jesús que hoy, aquí y ahora, tal vez no entendemos bien, o nos incomodan o simplemente ponen en entredicho nuestro modo de actuar? Como dice el Papa Benedicto XVI, «hoy no pocos se “escandalizan” ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece “dura”, demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta “adaptar” su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor».

Confrontarnos con la Verdad que Él nos enseña es un camino de liberación de la esclavitud de la mentira y del pecado, no un ejercicio de autocastigo para sentirnos mal y aplastados por nuestra miseria. Nunca olvidemos eso. Por lo tanto, si descubrimos que efectivamente algunas o muchas veces pensamos o actuamos bajo esa idea —es duro este lenguaje, ¿quién puede hacerle caso? — antes que alejarnos de Jesús acerquémonos más a Él.

Ese momento decisivo llegó claramente para los doce amigos de Jesús cuando luego de que muchos de los discípulos se marcharon, Jesús se vuelve hacia ellos y les hace esa pregunta definitoria: «¿También vosotros queréis marcharos?». Esta pregunta llega hasta nosotros y hoy Jesús se vuelve y te pregunta: ¿También tú te quieres ir?

Pedro, cabeza de los Doce, seguramente sin saberlo en ese momento, se hace voz de los millones y millones de discípulos del Señor Jesús que a lo largo de la historia le dirigen esas conmovedoras palabras: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». ¿No es esa la roca firme en la que se fundamenta nuestra existencia como cristianos? Ahí debemos volver una y otra vez cuando experimentamos dudas, problemas, fracasos, contradicciones, que de una u otra manera nos pueden hacer perder la perspectiva. Recordemos que «Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida “en su pensar y en su querer”. Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente» (Benedicto XVI).

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