Reflexión sábado 7 de noviembre
Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,9-15):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.»
Oyeron esto los fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él.
Jesús les dijo: «Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta.»
Palabra del Señor
Jesús nos dice hoy en el evangelio: ningún siervo puede servir a dos amos. O se dedica a uno o se dedica al otro.
Claro que una cosa es a quien queremos servir y otra cosa son las contradicciones y debilidades y miserias en que a veces nos movemos. El mismo Pablo dice en la carta a los Romanos que “no entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino que precisamente aquello que odio es lo que hago”. Estoy seguro de que muchos de nosotros estamos de acuerdo con esta afirmación de Pablo. También nosotros lo experimentamos en nuestra vida, en la vida de cada día, como parece que lo experimentaba Pablo. No hacemos lo que queremos sino que hacemos lo que no queremos. En nuestra debilidad terminamos metiendo la pata, cometiendo errores con resultados a veces desastrosos para nuestra familia, para nosotros mismos.
¿Qué podemos hacer? Lo primero de todo es aceptarnos como somos y no echar más piedras sobre nuestro propio tejado, que es cosa bastante inútil. La mayoría de los pecados que cometemos no son de infidelidad sino de debilidad. No es que queramos directamente hacer el mal sino que somos débiles y no tenemos las fuerzas suficientes para hacer o decir lo que deberíamos hacer o decir. Por eso, lo primero es aceptarnos en nuestra debilidad.
Lo segundo es iniciar un proceso de fortalecimiento de nuestro ser, de nuestra persona. A sabiendas de que es un proceso sin fin, porque esa debilidad es inherente a la propia naturaleza humana. Dios nos ha creado así. No somos súper hombres ni súper mujeres. Fortalecernos es orar más, hacer de la Palabra y su lectura un hecho cotidiano, encontrarnos más con los hermanos y hermanas en la comunidad, participar más a menudo en la celebración de la Eucaristía. Todo eso nos ayudará a fortalecernos. Nunca lograremos superar del todo las debilidades, las miserias y las contradicciones que están presentes en nuestra vida. Pero podemos dejar que la luz de la gracia, del amor y de la misericordia de Dios las vaya iluminando y llenando de esperanza.
Nosotros queremos servir a Dios y no al dinero, y no a nuestros intereses egoístas, y no al cuidado de nuestra imagen ante los demás. Pero a veces… Pues eso, que cuando caigamos en la contradicción, en la debilidad de nuestras fuerzas siempre limitadas, levantemos rápidamente la vista. Porque la misericordia de Dios es mayor que nuestras fuerzas y el que nos creó nos conoce y comprende y ama más que nosotros mismos.