Reflexión viernes 1 de marzo
Del evangelio según san Mateo 21, 33-43.45-46
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”» Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.
Palabra del Señor
Reflexión
Cristo es «la piedra que desecharon los arquitectos» -los sabios y poderosos según los criterios del mundo-, porque lo consideraron enemigo de la ley y peligroso para el orden público. Pero Cristo, rechazado y crucificado, resucitó, convirtiéndose en la «piedra angular» en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de toda existencia humana y del mundo entero.
De esta verdad habla la parábola hoy. En ella, el propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras que la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que Él nos da para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. Dios toma la iniciativa, para darlos una vida buena y fructuosa, como esa viña escogida. Por desgracia, la respuesta del hombre a menudo se orienta a la infidelidad, que se traduce en rechazo, odio, homicidio. El orgullo y el egoísmo y la avaricia («raíz de todos los pecados»), impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito.
Ante este pecado del hombre, Dios, que en Cristo se ha puesto en nuestras manos hasta el punto de que podemos rechazarlo, manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también el justo castigo para los malvados (cf. Mt 21, 41).
Firmemente anclados en la fe en la piedra angular que es Cristo, permanezcamos en Él como el sarmiento que no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid.