Reflexión viernes 10 de mayo
Del evangelio según san Juan 16, 20-23a
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada»
Palabra del Señor
Reflexión
Hoy Cristo habla de tristeza y de alegría con relación a su presencia o a su ausencia. En efecto, la tristeza es la reacción natural ante el bien ausente (lo cual es un mal presente), y la alegría es la reacción natural ante el bien presente. Nada más lógico que entristecernos ante la lejanía de Cristo, nada más apropiado que alegrarnos por su presencia. Del mismo modo, pocas cosas son tan locas como alegrarse o entristecerse de lo que no hay que hacerlo.
Tristeza y alegría, pues, tienen lugar y son legítimos. Cada uno en su lugar y por su justo objeto. Tan desordenado es alegrarnos y entristecernos por lo que no debemos alegrarnos ni entristecernos, como no alegrarnos ni entristecernos por lo que sí hay que hacerlo. Así es desordenado alegrarnos por el mal ajeno o entristecernos por el bien del prójimo (esto es la envidia); así también es desordenado no alegrarnos por la presencia de Cristo y no entristecernos por su ausencia.
¿Cuándo está ausente Cristo? Podemos considerar un doble nivel. Por un lado, aunque Él está presente de una determinada manera en el hoy de la historia (en sus sacramentos, especialmente), todavía no lo vemos ni estamos unidos a Él, como ocurrirá en el eón futuro. Por eso, en un sentido, ahora Cristo está ausente y eso debe generar una cierta tristeza y un anhelo por su Vuelta Gloriosa al final de los tiempos (Parusía): «muero porque no muero», decían Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Por otro lado, “ausentamos” a Cristo cuando pecamos, cuando lo ignoramos, cuando servimos a otros señores. Tanto en un caso como en otro, así como ante la presencia de cualquier mal real, ¿cómo no experimentar (con sus diferencias) la tristeza? También Cristo estuvo triste (¡oh santa tristeza del Señor!) al ver la cerrazón de su pueblo, al orar en Getsemaní sufriendo todos los pecados presentes, pasados y futuros, cuando murió su amigo Lázaro.
¿Cuándo está Cristo presente? También podemos hacer una distinción. Por un lado, Él está presente en la Iglesia y en el alma en gracia. Eso debe ser motivo objetivo de alegría. Una alegría, sí, que no excluye la tristeza de modo absoluto, pues ambos sentimientos pueden y deben coexistir en nuestra alma. Por otro lado, cuando lleguemos al Cielo. Allí Cristo estará plenamente presente para nosotros y nosotros para Él. Por eso, la alegría no será plena hasta la vida eterna, pues los que allí sean admitidos, estarán eternamente unidos a Cristo, y ya no habrá ni llanto ni dolor. Quiera el Señor, por su misericordia, admitirnos a ella.