10 sept

Reflexión viernes 10 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,39-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor

 

Reflexión

Seguimos en el “sermón de la llanura”. Precedido de la oración en el monte, Jesús habla ante un auditorio compuesto por los discípulos y un gran gentío venido de Judea, y hasta de las costas de Tiro y Sidón.  Como una especificación de la ley del amor, hecha perdón para los enemigos; como un despliegue de la máxima “no juzguéis y no seréis juzgados”, nos deja Jesús algunos dichos y refranes populares.

Estos son los dichos populares. 1. “Si un ciego guía a otro ciego los dos caerán al hoyo”. Para guiar bien hay que ver bien. No sea cosa que queramos conducir a los demás y somos nosotros los que necesitamos que nos lleven. Y va de refranes populares: “Consejos vendo, y para mí no tengo”. 2. “Un discípulo no es más que su maestro”. Primero hay que aprender, y no hacer de maestro sin poseer conocimientos. Es no saber, y dictaminar sobre todo. 3. “Sácate la viga de tu ojo, antes de sacar la mota del ojo de tu hermano”. No fijarse solo en los defectos de los otros sin fijarse en los propios. Menos mirar al otro, y más examinarnos a nosotros mismos.

Hay que limpiar nuestros ojos: de ideas y criterios preconcebidos. Vamos a pasar de ser fiscales de los demás a ejercer la autocrítica. No sea cosa que guiar a los demás sea más dominio egoísta que ayuda. ¿Qué tenemos que limpiar en nuestros ojos? Las ganas de ser maestro de todos y dominar. Querer ser más que nadie. Quedar ciegos por el afán de las riquezas, por el orgullo de la ciencia y la técnica sin recurso a la moral, a la conciencia, a la fe. Juzgar sin tocar la realidad, desde ideas y criterios preconcebidos. Proyectar sobre los demás nuestras flaquezas y pecados propios.

Solo nos queda una regla de oro: Mirar con los ojos de Dios. Ojos que no condenan sino que compadecen. Nos miramos y examinamos desde la palabra del Evangelio, en el interior de nuestra conciencia. Mirar como miramos a los inocentes que sufren. Así pondremos luz y verdad en nuestro juzgar y actuar. Mirar como Jesús: a la mujer adúltera, a Pedro que le niega, a la Samaritana que tiene sed. Como Jesús y el poeta: “Ojos claros, serenos”.

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