18 junio

Reflexión viernes 18 de junio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,19-23):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»

Palabra del Señor

 

Reflexión

Con el término tesoro no se quiere decir propiedad. La propiedad es necesaria para vivir y para trabajar; por el contrario, el tesoro se esconde como depósito. El tesoro da seguridad a la persona que, en realidad, no lo usa, sólo se complace en sentirse rico. Desde los primeros siglos, la moral cristiana distinguía entre la propiedad necesaria y la superflua. Esta no es nuestra, escribía san Basilio, pertenece a los pobres. Y pone el ejemplo de un hombre que ocupa dos asientos en un teatro, cuando hay otras personas de pie.

Pero el dinero en depósito, aunque no se use, podría servir en un futuro para una enfermedad, un giro imprevisto o un período difícil. Es un motivo razonable, pero puede ser una ilusión, una excusa. Lo más fácil es convencernos de que el dinero tiene el poder de protegernos, es decir, de salvarnos. Los padres de la Iglesia llamaban idolatría a esta actitud. La idolatría hace creer que la estatua hecha por hombres posee la fuerza divina. También el rico del evangelio había creído que la abundancia de la cosecha le aseguraría una vida feliz en la tierra, olvidándose de que la vida y la muerte están en manos de Dios.

La expresión es metafórica, pero el sentido es sencillo. San Juan Crisóstomo lo explica, concretamente, hablando de la limosna. El dinero que damos a los pobres es como si se transfiriera del banco de este mundo a la eternidad, donde reencontraremos todo lo que hemos dado con amor. Concluye con esta frase: El hombre posee verdaderamente sólo lo que ha regalado; en el tesoro del cielo se acumulan todas las buenas obras. Los teólogos hablan de los méritos que recogemos en la eternidad. Estos méritos proporcionan la explicación de las indulgencias, es decir, de los descuentos de pecados por los méritos de los santos. Indulgencia, descuento, son términos poco populares: parece demasiado material encerar la gracia de Dios esquemas legales y áridos.

Pero el tesoro del cielo no tiene nada de material. Los méritos son inseparables de la persona; por tanto, este tesoro es como la perfección de la persona, el ornamento con que aparecerá en la eternidad. El tesoro de la persona resplandecerá en la vida eterna como la imagen de Dios que ella se ha esforzado en hacer crecer dentro de sí misma, como la belleza de su corazón, invisible en la tierra.

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