2 julio

Reflexión viernes 2 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

Reflexión

Las Vocaciones bíblicas son imprevisibles y no parecen tener motivos psicológicos. Mateo, un empleado de los impuestos, publicano, no pensaba en absoluto en el reino de Dios; estaba al servicio del mundo y estaba bien así. Cuando Jesús pasa a su lado, no se levanta de su banco, no manifiesta la más mínima curiosidad por el profeta del que todos le hablan. Y, sin embargo, es precisamente en él en quien Jesús se detiene, y lo llama a ser su discípulo. Y fue precisamente él, más tarde, quien escribió un evangelio, con total conciencia de no tener mérito alguno. La gracia de Dios se quería servir de él para predicar la verdad de Cristo.

Santa Brígida revivía escenas del evangelio con la imaginación. En sus Revelaciones nos presenta a san Mateo hablando de su vocación: “En aquél momento tuve la firme voluntad de no engañar a nadie nunca más. He intentado librarme de mi profesión para servir al Señor con todo el corazón. Cuando Jesús pronunció la palabra que me llamó, sentí que me quemaba como el fuego. Su discurso era tan bello que no he vuelto a pensar en la riqueza, me parecía paja. Me conmoví hasta las lágrimas pero, al mismo tiempo, sentía la alegría de que Dios hubiera querido llamarme y dar gracia a un pecador como yo. Por tanto, fui con el Señor, y todas sus palabras me penetraban el corazón y las gustaba como un alimento dulcísimo.

Con el relato de su conversión, Mateo concluye la parte de los milagros de Jesús, el último de los cuales es la curación del paralítico. Por tanto, convertir, cambiar el corazón de los hombres, es considerado el mayor milagro hecho por Jesús. Este es el tema principal del primer evangelio: los hombres encuentran a Jesús y este encuentro los cambia por completo.

Cuando la Iglesia reza por la conversión, es consciente de la fuerza de esta oración porque, como sostiene san Juan Crisóstomo, la inspira la caridad y, por tanto, es según la voluntad de Dios y no la nuestra.

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