Reflexión viernes 20 de noviembre
EN aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:
«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».
Todos los días enseñaba en el templo.
Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.
Palabra del Señor
Reflexión
Todas las religiones tienen sus lugares sagrados, donde las divinidades entran en contacto y en diálogo con los hombres, normalmente, en las montañas o en las espesuras de los bosques. El Antiguo Testamento prohibía ligar el culto a los dioses con lugares: la cima de una montaña no puede ser santa en sí misma, sería idolatría. Otra cosa es si Dios mismo desciende a los hombres, se adapta a su vida, revelándose en un determinado lugar. Así ocurrió en el Sinaí, cuando Dios revela a los judíos su presencia en el arca de la Alianza, que llevarán a la Tierra prometida. El arca es prefiguración del templo de Jerusalén, del que Dios ha dicho: “Mi nombre será invocado allí”. El santuario de la ciudad santa es preanuncio de la presencia divina en Cristo, en su humanidad y en todos los sitios donde lo encontramos, también en los templos cristianos.
¿Dónde orar? ¿En las iglesias o dondequiera que estemos? Pero, si podemos orar en cualquier sitio, ¿Para qué frecuentar las Iglesias?, se preguntaban los primeros cristianos. Después de la Ascensión, los Apóstoles siguen frecuentando el Templo. Cuando el Templo fue destruido por la ocupación romana, lo interpretaron como un signo que los invitaba a buscar el contacto con Dios en todas partes. Es un pensamiento que se repite con frecuencia en los primeros autores cristianos. Dios no tiene preferencia de lugares, escribe san Juan Crisóstomo, desea una sola cosa de nosotros: un alma fervorosa y modesta. Pero no debemos tomarnos estos textos demasiado al pie de la letra porque, con frecuencia, se contradicen. En la página siguiente, Crisóstomo escribe: También es posible orar en casa, pero no tan bien como en la Iglesia. Orígenes es de la misma opinión. El cristiano debe orar en todas partes, aunque el sitio más adecuado sea el templo.
Al templo vamos a una cita, vamos a la oración común con los ángeles, con los santos y con el Señor.
Jesús enseñaba en los montes, en el lago pero, en los últimos tiempos, sobre todo, en el templo de Jerusalén.
El edificio del templo debe ser construido de forma que indique, inmediatamente, nuestra fe. Según san Máximo el Confesor, debe ser imagen del hombre redimido, del encuentro entre el cielo y la tierra. El altar está en la parte oriental, porque el paraíso está en la tierra de oriente, donde sale el sol. La nave recuerda el arca de Noé, que ha salvado a la humanidad del diluvio.
También los autores medievales hablan del simbolismo de la iglesia. Las columnas recuerdan a los Apóstoles, los cuatro lados, a los cuatro evangelistas, en las paredes, las pinturas relatan la historia del mundo.
Por lo tanto, es natural atribuir un valor especial a la liturgia en la iglesia. Las Iglesias están consagradas y se celebra el día de su consagración y el de los santos patronos. Son el lugar más adecuado para la oración y porque allí está la presencia real del Señor en el Sagrario, conservado para la oración y para distribuirlo entre los enfermos.