Reflexión viernes 25 de septiembre
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho” … ¿Por qué los salivazos, por qué los latigazos, por qué la corona de espinas, por qué los clavos, por qué las llagas y los ultrajes?… ¿Por qué pasar por la vergüenza de ver a nuestro Redentor desnudo y bañado en Sangre, pisoteado como un gusano?
Tratándose del Hijo de Dios, hubiera bastado una sola gota de Sangre, la que brota de una uña cuando uno se pincha los dedos con un alfiler, para redimir a todo el género humano. ¿Por qué, entonces, el suplicio de la Cruz? ¿Qué quiere decir ese “tiene que padecer mucho”, repetido tras la Resurrección … “Era necesario que el Cristo padeciera eso” (Lc 24, 26)? ¿De dónde viene esa necesidad que la Justicia Divina no reclamaba en absoluto?
Sin embargo, no todas las necesidades nacen de la justicia. Hay necesidades fisiológicas, hay necesidades mecánicas, hay necesidades culturales, hay necesidades colectivas… Y existe, también la necesidad que crea el amor. El amor hace necesario lo ocioso y lo convierte en urgencia. No es necesario que una madre permanezca en vela un sábado por la noche hasta las cuatro de la madrugada esperando a que su hijo adolescente vuelva a casa. Podría dormirse plácidamente y esperar a que la despertase el ruido de la puerta. Podría incluso no despertar hasta el día siguiente, con la confianza de que, un sábado más, volverá su hijo… Pero el amor convierte, en esa madre, la vigilia en urgencia, en necesidad más imperiosa que el propio sueño…
Ya estamos en el Calvario… No era necesario, para nuestra Redención, ese grito ensordecedor. No era necesario para nosotros, sino para Dios. Porque el Amor que Dios siente por ti, el cariño humano y divino que el Corazón de Cristo profesa al tuyo no podía expresarse carnalmente de otra forma que no fuera con la muerte sacrificial, con la entrega rendida de sus miembros, con el derramamiento de toda su Sangre, con el holocausto de una Vida ofrecida por Amor. ¿Qué querías, si no? ¿un abrazo, un beso, un poema? ¿Y de verdad crees que, en un abrazo, en un beso, en un poema podría Dios haber encerrado el incontenible Amor que siente por ti? No, no… Eso puede estar bien entre nosotros. Pero al Amor de Dios el beso más ardiente o el abrazo más apasionado se le quedaban muy pequeños. El Amor de Dios necesitaba derramarse del todo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Miramos de nuevo a la Cruz. Nos situamos entre los brazos de María, como Juan, y escuchamos el grito de Dios: “¿Qué más tengo que hacer para que te des por aludido, para que sepas que te quiero?”. No hay que responder … Guardamos silencio.