27 sept

Reflexión viernes 27 de septiembre

Del Evangelio según san Lucas 9, 18-22

Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Palabra del Señor

Reflexión

Pedro, inspirado por el Cielo (cf. Mt 16,17), responde bien cuál es la identidad de Jesús: El Mesías de Dios. No está todo dicho, pero lo dicho es correcto. El mismo Pedro no sabe bien lo que ha dicho, pero lo ha dicho bien. No sabe bien qué consecuencias tiene su frase, pero lo ha dicho bien. Él y los demás tendrán que aprender el contenido real y las dimensiones de eso cierto que han confesado…

Y en función de ello, Jesús les impone guardar silencio. Este silencio que Jesús impone a sus discípulos es una ayuda para poder acoger y entender de verdad, sin distorsionar, cómo Jesús es el Mesías y cómo va a realizar su obra mesiánica. Un “cómo” nada previsible y sí muy escandaloso: padeciendo mucho, siendo ejecutado y resucitando al tercer día.

La mística inglesa Juliana de Norwich, comenta a este respecto:

«En mi ignorancia, me asombraba que la profunda sabiduría de Dios no hubiera impedido el principio del pecado, porque, si hubiera sido así, me parecía que todo habría ido bien… Jesús me respondió: “El pecado era inevitable, pero todo acabará bien”. En esta simple palabra: «pecado», nuestro Señor me mostró todo lo que no es bueno: el desprecio innoble y las tribulaciones extremas que sufrió por nosotros, durante su vida y su muerte; todos los sufrimientos y los dolores, corporales y espirituales, de todas sus criaturas… Yo contemplaba todos los sufrimientos que existieron o existirán, y comprendí que la pasión de Cristo era el más grande, el más doloroso de todos y sobrepasaba a todos… Comprendí también que este sufrimiento era solo temporal: nos purifica; nos hace conocernos a nosotros mismos y suplicar misericordia. La pasión de nuestro Señor nos fortalece contra el pecado y el sufrimiento: tal es su santa voluntad. En su ternura hacia todos los que serán salvados, nuestro buen Señor les reconforta pronta y amablemente, como si les dijera: “es verdad que el pecado es la causa de todos estos dolores, pero todo acabará bien”».

pastoral

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