29 ene

Reflexión viernes 29 de enero

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34):

EN aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Palabra del Señor

Reflexión

Un joven estudiante de matemáticas afirmaba que era ateo convencido y que no creía en ninguna religión. Para dar sentido a la vida, decía, basta hacer el bien al prójimo. Se comportaba en consecuencia y, cuando podía, ayudaba a quien lo necesitaba. Mientras tanto aumentaba su experiencia, crecía, observaba.

En tiempos difíciles de persecuciones políticas y religiosas se encontró ayudando también a creyentes y, finalmente él mismo se convirtió en creyente y se hizo, incluso, sacerdote.

La fe no es ideología, sino vida. La vida, al principio, es con frecuencia poco clara. La decisión del estudiante de “hacer el bien” era ya semilla de la fe en Dios Padre, fuente de todo bien. Quien hace el bien sin creer termina creciendo en la fe y en él crece la revelación y crece la Iglesia.

Dios no impone a nadie un peso más grande que el que cada uno puede llevar en el tiempo de su vida y en el estadio de su crecimiento. No nos exige que hagamos nada más que lo que, en ese momento es nuestro deber, y que sigamos las inspiraciones que surgen en la conciencia. La conciencia es la voz viva de Dios en el corazón del hombre. Ahí, Él nos habla silenciosamente, sin meternos prisas, en armonía con nuestro ritmo personal de crecimiento.

¿Qué es el hombre? Ya no es lo que fue ayer, no es sólo lo que es hoy, no es aún lo que será mañana. Para Dios, que ve la evolución completa de cada uno, el hombre es todas esas fases juntas.

En la naturaleza nada vuelve: el trigo hay que segarlo en el periodo justo, los frutos se recogen cuando están maduros. También la vida interior del hombre tiene su ritmo irreversible. Ninguna obra buena puede ser pospuesta a mañana. Lo comprendemos cuando nos damos cuenta de que todo el bien de que somos capaces es una respuesta al amor de Dios. Incluso entre las personas que se quieren no es buena señal responder con pereza o indiferencia al amor del otro. Si la vida espiritual fuera sólo una colección de méritos, se podría decir que un día trabajamos más y otro día descansamos. Por el contrario, las inspiraciones divinas no vuelven: por eso, al inicio de la Liturgia de las Horas, nos advierte el salmo 95,8: “Escuchad hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”.

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