4 dic

Reflexión viernes 4 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,27-31):

En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:
«¿Creéis que puedo hacerlo?».
Contestaron:
«Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que os suceda conforme a vuestra fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Palabra del Señor

Reflexión

Dos visitantes aparecen parados ante el mismo cuadro. El primero está disgustado: “¡Qué amalgama de colores! ¡Y tienen la vergüenza de exponer un cuadro así!”. El otro parece absorto. Piensa par sí: “Que pena que no consiga entenderlo. Creo que este cuadro lo ha hecho un verdadero artista, pero yo no lo entiendo. Quizás antes o después se me revelará su sentido”. Estos dos hombres son dos tipos de ciegos. Ninguno de los dos ve, pero mientras que uno llega a la conclusión de que no existe nada que valga la pena de ser visto, el otro, por el contrario, sufre por su ceguera y quisiera que sus ojos se abrieran.

El contenido de la vida religiosa consiste en misterios que sólo Dios revela. Con nuestras fuerzas no conseguimos verlos: somos ciegos. Junto a nosotros viven los denominados creyentes, a los que estos misterios dan el sentido de la vida. Estos son, en cierto modo, los que ven.

Los primeros, los no videntes, consideran ingenuos a los videntes, pero les envidian, porque no logran entender de dónde viene su gozo. Pero, con la gracia de Dios, sus ojos también se abrirán y verán la belleza del mundo desconocido.

A una pintora no creyente se le encarga la restauración de unos iconos antiguos. Al comenzar el trabajo le parece que se encuentra ante un mundo desconocido pero, con el paso del tiempo, empieza a sentirse a gusto. Al final declara: “Quisiera vivir como está pintado en estos iconos”. He aquí una insólita pero auténtica confesión de fe. Cuando paseamos por el bosque, elegimos qué senderos recorrer porque los vemos. ¿No tendría que ser así en la vida? Y, en cambio, no siempre es así. En la televisión vemos las montañas, pero no subimos a pie ni siquiera una colina. El telespectador conoce las cumbres, pero no es un escalador. ¿Puede decirse que conoce la montaña? Los montañeros se reirían ante semejante afirmación. Es como si uno afirmara conocer el amor porque lo ha visto representado en el cine.

Lo mismo ocurre en el ámbito religioso. La gente está convencida de saber muchas cosas sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre la religión, porque lee los periódicos o ve las noticias. Pero no se llega al conocimiento por lo que uno ha oído decir o por una lectura superficial. La vida sólo puede ser entendida en la vida, y la religión es vida, no una doctrina abstracta. El catecismo enseña los principales artículos de la fe, pero descubrimos su sentido sólo cuando decidimos vivirlos de verdad.

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