Reflexión viernes 6 de diciembre
Del evangelio según san Mateo, 9, 27-31
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?» Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe». Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severa mente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!» Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
Palabra del Señor
Reflexión
No sólo hoy, sino muchas veces, Cristo impone silencio a los que curaba. ¿Por qué Cristo mandaba esto? Además, ninguno lo obedecía, incluso algunos empezaban allí a contarlo a gritos. Además, muchos milagros los hizo Cristo delante de mucha gente, que perfectamente vieron y contaron quién era Jesús y qué hacía. ¿Por qué ese mandato aparentemente “inútil”?
Por un lado, para que sepamos la voluntad de Cristo y, con ella, la verdad de las cosas, de que hemos de huir de una propaganda religiosa que se fija en lo brillante y espectacular y olvida el corazón de la fe y de la religión, que es esa fe que Cristo ha suscitado en los ciegos.
Por otro lado, para que no confundamos el alcance y significado de la Redención de Cristo, que no está en las curaciones físicas, sino en la salvación del alma (en función de lo cual Cristo hizo milagros, para corroborar su divinidad y su poder salvador).
Por último, es verdad que Cristo, como hombre, es verdaderamente religioso y la religiosidad profunda y verdadera tiene también una especie de rubor, de pudor. Cristo no desdeña mostrarnos sus sentimientos, pues son la norma del corazón. «Y es cierto que cuanto más religioso es un hombre, menos ganas tiene de ostentar su religiosidad, de orar a gritos o de tocar trompetas –e invitar a los periodistas– cuando da limosnas. El gran pudor de mostrar lo que hay de mejor en nosotros viene del miedo al manoseo, que lo estropea todo». (P. L. Castellani)