Reflexión viernes 9 de junio
Del Evangelio según san Marcos 12, 35-37
En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?» Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto.
Palabra del Señor
Reflexión
Jesús es a la vez descendiente de David y Señor de David. Siervo y Señor, Hijo del hombre e Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero. Jesús es el Hijo de Dios, de la misma esencia que Dios y de la misma esencia que nosotros. Así es Cristo. Ésta es nuestra fe. Como escribía Joseph Ratzinger en 1976:
«¿Qué significa Jesucristo para mí? A esta pregunta hay que responder en principio de un modo teórico: a partir de Jesucristo creo intuir qué es Dios y qué es el hombre. Dios es tal como Él mismo se ha expresado en Jesucristo; Dios no es tan sólo el abismo infinito y la altura infinita, soporte de todo lo existente. Dios no es solamente distancia infinita, sino también cercanía sin fin. Podemos confiarnos a él y hablarle: él oye y ve y ama. Aunque Él no es tiempo, sin embargo, tiene tiempo: y tiene tiempo también para mí. Dios se expresa en el hombre Jesús, pero sin ser absorbido por él, pues Jesús es uno con Él y le llama «Padre». Dios sigue siendo aquel que sobrepasa infinitamente todo lo que vemos, y sólo podemos llegar a conocerle a través de la soledad de la oración de Jesús, de su palabra llamándole «Padre», palabra en la que Dios está estrechamente unido a nosotros.
La otra cara de la realidad es aproximadamente ésta: el hombre es de tal manera que no puede soportar al hombre auténticamente bueno, al hombre justo, que ama y no comete injusticia. Sólo por un momento parece que se paga confianza con confianza, justicia con justicia, amor con amor; pero enseguida se convierte en un estorbo aquel que personifica esto. Y el hombre crucifica al hombre que lo es verdaderamente. Así es el hombre; y así soy yo también: éste es el terrible descubrimiento que hacemos en Cristo crucificado. Junto a él hay otro: el hombre es un ser apto para convertirse en expresión de Dios; está hecho de tal manera, que Dios puede hacerse uno con él. El hombre, que en principio aparece como una criatura fatalmente deforme, es simultáneamente la máxima posibilidad a la que puede ascender lo que ha sido creado. Y esta posibilidad se ha realizado, por más que haya sido por medio del fracaso más triste de la humanidad».