La hospitalidad: «primerear» en humanidad

Imagen blog moratalla

La sorpresa de acoger con amabilidad

La hospitalidad ha sido una de las virtudes más importantes de nuestra cultura mediterránea. Pero también ha sido un rasgo de los pueblos, las comunidades o de las instituciones. Con el término describimos la acción de acoger con amabilidad, afecto y atención al “otro”, es decir, a alguien que no es como nosotros porque no es de nuestra familia, no habla nuestra lengua, no es de nuestro país o está fuera de la comunidad de próximos. Es el resultado de una relación ante alguien inesperado, desconocido y con capacidad para sorprendernos. Una relación entre alguien que está en su casa u hogar y alguien que está fuera de ella, entre alguien instalado confortablemente y alguien que zarandea, interpela y desinstala al que vive cómodamente.

A diferencia de quienes se acercan a la historia de la Iglesia desde la historia del dogma o del papado, la verdadera historia de la Iglesia debería estudiarse como la historia de la hospitalidad. Aquí se sitúa la experiencia de nuestros misioneros, los retos de la evangelización de los cuatro puntos cardinales y el reto de transmitir la Buena noticia a todos los rincones del planeta. Esta perspectiva histórica es importante en nuestras comunidades eclesiales porque somos el fruto de prácticas encadenadas de acogida. Alguien fue acogido para crear una parroquia, alguien fue acogido para compartir la fe o los sacramentos y por todo ello la historia de nuestras comunidades cristianas debería ser explicada y escrita únicamente en términos de hospitalidad, acogida amable y atención al “otro” que deja de ser un extraño para convertirse en un “huésped”. Palabra que en griego era “xeinos” y que en castellano ha permanecido en el término que utilizamos, precisamente, odiar al extranjero: “xenofobia”. Por eso la hospitalidad es la cualidad o virtud contraria de quienes odian al “huésped” u “otro” que no forma parte del nosotros.

Hermandades: identidad y hospitalidad

Esto es importante en la vida de nuestras comunidades parroquiales, grupos cristianos, cofradías y hermandades. Además de preguntarnos por los niveles de hospitalidad en nuestras prácticas cotidianas e institucionales, deberíamos preguntarnos si podemos contar de verdad la historia de nuestro grupo como la historia de la hospitalidad, es decir, como la historia de un grupo humano que se caracteriza por la práctica de la amabilidad, la acogida al otro y la atención cuidadosa de los huéspedes. Descubriríamos datos sorprendentes porque nuestros estatutos, nuestros reglamentos y todas las normas que rigen nuestro funcionamiento están planteados para fortalecer o cohesionar el “nosotros” y no están planteados para escuchar, atender, acoger u hospedar a “los otros”.

También sería sencillo analizar y evaluar la relación que cada uno a nivel personal y familiar tiene con la hospitalidad. Descubriríamos que somos menos hospitalarios de lo que nos imaginamos y que la vida nos va situando en zonas de confort de las que nos cuesta mucho salir. En este sentido, la globalización de la indiferencia nos está sorprendiendo. La simple globalización está abriendo oportunidades insospechadas para analizar y evaluar nuestra relación con la hospitalidad. No sólo por el hecho de que no siempre acogemos como deberíamos a los refugiados, los inmigrantes o quienes llaman a nuestras puertas, sino por el hecho de que nos recuerda nuestra condición de viajeros permanentes, de turistas que con facilidad para perder la documentación y que sueñan encontrar un trato hospitalario, incluso nuestra condición de consumidores digitales que buscan “hospedarse” en páginas o lugares seguros. Además de cuestionar la relación entre globalización e inmigración, la hospitalidad cuestiona el conjunto de nuestras prácticas cotidianas por la sencilla razón de que estamos organizando nuestras vidas en clave de comodidad, fiabilidad y seguridad.

Entre el hospedaje y la hospitalidad

Es fácil descubrir el carácter de providencial y fortuito que ha tenido la hospitalidad en nuestras vidas. Empezamos analizando nuestra relación con los viajes y descubrimos que en nuestras excursiones y desplazamientos se nos ha hecho presente. Forma para de nuestra propia condición de náufragos, extranjeros y viajeros como una de las formas de acercarnos a la condición humana. Podemos terminar analizando nuestra vida como un viaje y sin necesidad de acudir a la Ítaca de Kavafis, recordar que nuestra vida es un conjunto de experiencias de hospedaje y hospitalidad. No todas nuestras experiencia de hospedaje han sido experiencias de hospitalidad porque sabemos que el buen trato, la amabilidad y las atenciones añaden algo importante al simple cobijo.

Con ello no estoy señalando que el cobijo, hospedaje y la seguridad no sean importantes en la promoción de la hospitalidad. Aunque nuestra vida sea una acumulación de experiencias relacionadas con el hospedaje y el cobijo, hay experiencias de hospitalidad que nos han marcado porque no nos hemos limitado a dar o recibir cobijo, hospedaje y seguridad. La hospitalidad añade algo más al simple hospedaje porque nos recuerda que no sólo sobrevivimos en el mismo barco de la civilización que está zarandeado por las olas de la globalización sino que coexistimos y hasta convivimos en la travesía.

Las prácticas de hospitalidad siempre han estado asociadas a prácticas de coexistencia entre próximos y ajenos, de convivencia entre próximos que se piensan como socios. Aunque sea de forma simbólica, siempre la hospitalidad ha roto la frontera entre lo propio y lo ajeno, lo próximo y lo lejano, lo patriótico y lo universal, lo local y lo global, lo nacional y lo transnacional. Esta huella o puente moral de coexistencia y convivencia no puede ser abstracto, tiene que concretarse en la mesa. El verdadero huésped es aquel que se sienta a la mesa con nosotros, no sólo aquél a quien damos cobijo. Esta relación muestra la existencia de realidades personales vinculadas originariamente, como si hubiera una filiación originaria que exigiera romper con la separación, la segregación y el aislamiento del “otro”.

Es muy bonito recordar que las prácticas de hospitalidad están relacionadas con la lotería de la vida, es decir, con el hecho de que cualquiera de nosotros siempre podría ser “el otro”, con el hecho de que yo podría ser como el otro, de que las categorías de próximos y lejanos con más “convencionales” que naturales. Por eso la virtud de la hospitalidad no sólo está relacionada con la imagen de la habitación o el cobijo del hogar sino con la imagen de la mesa, las estirpes familiares y el carácter sagrado de los pactos. Sin la hospitalidad sería muy difícil entender el derecho de gentes, el derecho internacional y, por consiguiente cualquier anhelo de una ética, una política o una cultura construida en términos cosmopolitas.

Primerear en humanidad

El Papa Francisco pasará a la historia como el Papa de la hospitalidad. Recordemos el gesto de acudir con urgencia a la isla de Lampedusa, su promoción de una cultura del encuentro que frente la cultura del descarte, su firme compromiso con la globalización de la solidaridad, su preocupación por las periferias, la promoción de una revolución de la ternura e incluso su defensa de un “ecumenismo de la sangre” para afrontar la globalización de la indiferencia. “Dios no hace distinción entre los que sufren”, recordaba Francisco en 2015 a la comunidad evangélica de Bangui.

Aunque todos estos términos resuman bien la invitación de Francisco a la hospitalidad, hay un verbo que describe la experiencia de la escucha atenta, de acogida amable y de integración moral al otro como inmigrante, refugiado, perseguido o simplemente “desamparado”. Es el verbo “primerear”. Lo utiliza para describir una actitud que expresa iniciativa, adelantamiento y movimiento continuo. Como bracear o teclear, primerear describe un proceso que se inicia, señala la necesidad de no permanecer pasivos sino de tomar la iniciativa y ser proactivos en la acogida. Primerear también es estrenarse en una interpretación, es decir, representar un papel sin miedo. Es como si no hubiera que tener miedo al otro que aparece como raro, extranjero, bárbaro y des-instalador de nuestra comodidad. La primera vez que interpretamos un papel estrenamos un rol, estamos como niños que “primerean” con sus zapatos nuevos.

Francisco pide afrontar este carácter raro, sorprendente e inesperado de la hospitalidad. Aunque no comparta nuestras convenciones políticas, sociales o culturales; aunque sus costumbres, atuendos o desnudez nos resulten extravagantes: aunque parezca que viene de otro país con otras leyes… en realidad el otro es nuestro hermano porque esta buscando un puerto seguro donde atracar, una isla donde descansar, un oasis donde repostar, una cama donde descansar o simplemente un abrazo para consolar. Comparte con nosotros un vínculo originario de humanidad que el huésped nos despierta, zarandea e interpela para resolver el trágico dilema de la civilización moderna: ¿comodidad o humanidad?

 

Agustín Domingo Moratalla

Catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia

Patronato Fundación Cultural Ángel Herrera Oria.

 

 

 

https://www.fundacionaho.es/actividad/la-hospitalidad-primerear-en-humanidad/

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