19 jun

Reflexión miércoles 19 de junio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.»

Palabra del Señor

Reflexión

Hoy el Señor nos invita a evitar dos grandes tentaciones que brotan de nuestro corazón herido por el pecado original y, por eso, aparecen con mucha facilidad: vivir en la apariencia y robarle la gloria a Dios. Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.

Jesús nos invita a practicar el ayuno, la oración y la limosna, las tres obras de misericordia fundamentales previstas por la ley de Moisés.

Pero nos invita a vivirlo con un espíritu nuevo. Porque con el tiempo, los fariseos cayeron en el formalismo exterior o se convirtieron en un signo de superioridad (cf. el fariseo y el publicano, Lc 18).

Ni brotan del deseo de ser vistos por los demás, ni buscan el aplauso o la admiración humanas, ni pretenden “comprar” la salvación o tranquilizar la conciencia.

El discípulo da limosna, ora y ayuna en presencia del Señor y para servirle. Lo hace desde la gratuidad y sin esperar nada a cambio; ni siquiera el reconocimiento.

Cuando vamos “mendigando” el aplauso, el reconocimiento y el afecto de los demás, es signo de un corazón vacío, que va pidiendo las migajas de la limosna para vivir en una idolatría que nos acaba llevando a la insatisfacción y a la muerte.

El ayuno, la oración y la limosna brotan de un corazón enamorado y agradecido; de un corazón lleno de alegría y confianza porque está habitado por el Espíritu Santo. Dios ve en lo escondido del corazón, y esa es la verdadera recompensa.

Nos invita a vivir estas obras no por amor propio, sino por amor a Dios, como medios para nuestra conversión.

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