Reflexión miércoles 3 de julio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,24-29):
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Palabra del Señor
Reflexión
Celebramos hoy la fiesta de Santo Tomás, Apóstol, que según una antigua tradición evangelizó Siria y Persia, y luego el oeste y el sur de la India.
Las fiestas de los Apóstoles siempre nos invitan a vivir la dimensión eclesial de nuestra fe: Dios no te ha creado para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación. Y, por eso, no puedes vivir la fe de una manera solitaria, individualista.
Nos lo ha recordado san Pablo en la primera lectura: sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas.
Nos recuerda también cuál es el fundamento de la Iglesia y quién la lleva adelante: el mismo Cristo Jesús es la piedra angular… Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu, que es el alma de la Iglesia.
El Evangelio nos muestra la conocida escena de la incredulidad de Tomás.
Dice Benedicto XVI que el caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.