Reflexión miércoles 25 de septiembre
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,1-6):
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.
Palabra del Señor
Reflexión
El Evangelio nos muestra a Jesús que envía en misión a los Doce por Galilea. Los envía a proclamar el Reino de Dios y les da poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermos.
Jesús envía. En el anuncio del Evangelio –otra cosa es el testimonio personal– no hay espontáneos ni trabajadores por cuenta propia. Hemos de ser llamados y enviados por la Iglesia. Todo es vocación, todo es don, todo es gracia… Y también respuesta a la llamada y acogida del don.
Jesús los envió a proclamar el reino de Dios. Y esta predicación irá acompañada de curaciones que darán testimonio de la llegada de la salvación. Predicación y curación van íntimamente unidas.
El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (cf. RM 23).
Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Pero también pueden ser «ocasión de escándalo». No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos.
Jesús realizó unos signos mesiánicos, pero no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás. Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios (cf. Catecismo 548-550).
Por eso, lo decisivo es acoger la predicación. ¿Cómo? En el Aleluya hemos cantado: convertíos y creed en el Evangelio. Lo decisivo es que te encuentres con Jesucristo vivo y resucitado y lo proclames Señor de toda tu vida. Lo demás… se te dará por añadidura.