2 nov

Reflexión domingo 2 de noviembre CONMEMORACIÓN TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Del evangelio según san Juan 11, 17-27

 Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro.  Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios;  y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa.  Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.  Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.  Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.  Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.  Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?  Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.

Palabra del Señor

Reflexión

La Iglesia celebra hoy la solemnidad de la Conmemoración de todos los fieles difuntos, y nos invita a consagrar este día a la oración por todos nuestros hermanos difuntos. La Iglesia quiere que recordemos que, hasta que venga Jesucristo al final de los tiempos, sus discípulos, unos peregrinamos en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están ya en el cielo, glorifica-dos, contemplando a Dios tal cual es. Hay una comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra. La Iglesia es Iglesia militante que lucha en la tierra para alcanzar la meta que es la vida eterna; es Iglesia purgante que se purifica para poder participar de la gloria de Dios; es Iglesia triunfante que ha alcanzado ya la meta de la fe y vive junto a Dios para siempre.
Por ello, conscientes de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Cristo, tiene sentido el recuerdo y, sobre todo, la oración por los difuntos. Por todos los difuntos: los conocidos y los desconocidos, los amigos y los que no nos cayeron bien; los que hicieron “grandes” cosas y los que pasaron desapercibidos.
Toda la Iglesia está en oración, viviendo el misterio de la comunión de los santos. Rezamos a la Iglesia triunfante para que, ella que viven ya junto a Dios, interceda al Padre por nosotros que vivimos luchando en nuestro caminar hacia la meta que es la vida eterna. Rezamos por la Iglesia purgante para que estos hermanos nuestros puedan disfrutar pronto de la vida eterna.
Al mismo tiempo, la celebración de hoy quiere recordarnos a todos que la meta de la fe es la vida eterna. Efectivamente, Dios te ama tanto que no te ha creado para vivir sólo cien años: Dios te ama tanto que te ha creado para vivir una vida que no tiene fin, la vida eterna.
Y por ello no puedes olvidar que ésta es la meta de los que caminamos en la tierra. Tu meta no es hacer dinero o acaparar títulos académicos. Tu meta no es ser importante o famoso a los ojos de los demás. Tu meta no es otra que la vida eterna, porque de nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo.
Y, cuando al final de tu vida, el Señor te pida cuentas no te va a pedir las libretas de los bancos, ni te pedirá las notas de los estudios, ni te pedirá las escrituras de tus propiedades, ni te pedirá las medallas o trofeos de los hombres, ni te pedirá tu índice de popularidad…
Al atardecer de la vida seremos examinados sobre el amor por el Amor, decía San Juan de la Cruz. Lo único que te va a pedir el Señor es si has sido fiel al Evangelio y a la Iglesia y si has pasado por el mundo haciendo el bien, viviendo las obras de misericordia. Esa ha de ser tu única riqueza. Y será lo único capaz de hacerte feliz, lo único capaz de llenar tu corazón. Sólo Dios basta, y sólo dejándote llenar por Él, serás auténtica-mente feliz

pastoral

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