Reflexión martes 10 de mayo
SE celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
Palabra del Señor
Reflexión
La persona de Jesús suscitaba interrogantes para los judíos. Era cierto que hacía signos propios del Mesías, pero muchos no podían aceptar esta realidad. Por eso le presionan para que manifieste su identidad. El Señor nos hace ver que no es suficiente una palabra para creer, hace falta libertad interior para acoger esta palabra, para identificar las obras, para estar dispuestos a seguir a Jesús. Esto es ser ovejas de su rebaño. Jesús no ha venido a ser un maestro como tantos que había en Israel. No quiere tener un grupo de oyentes que asientan a su sabiduría. Jesús ha venido para configurar una comunidad de discípulos, que le escuchen y le sigan, con los que establezca una relación de conocimiento profundo. El objetivo último de Jesús es hacernos participar de su misma vida, darnos la vida eterna. Y esto lo hace en perfecta comunión con su Padre Dios.