15 feb

Reflexión miércoles 15 de febrero

Del evangelio según san Marcos 8,22-26

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida.

Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.

Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:

«¿Ves algo?».

Levantando los ojos dijo:

«Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».

Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.

Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.

Palabra del Señor

 

REFLEXIÓN

       La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita, como siempre, a la conversión, a una conversión muy concreta: que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira.

       Acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros… Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla. Dios creó el mundo por medio de la palabra y hace la nueva creación por medio de la Palabra hecha carne: Jesucristo. En la medida en que acojas confiadamente la palabra del Señor, esta Palabra que es viva y eficaz (cf. Heb 4, 12, Is 55, 10-11) te irá renovando.

      Lo fundamental es que te conviertas: que dejes que la Palabra viva de Dios cambie tu manera de pensar y tu manera de vivir; que te lleve a vivir según la voluntad de Dios. Que pidas cada día el Espíritu Santo, que con el don de entendimiento te abra el corazón para acoger la Palabra de Dios como lo que es: una palabra de amor, de vida y de salvación que el Señor hoy te dirige a ti, porque te ama y está haciendo contigo una historia de amor y de salvación.

      Si alguien se cree religioso y no refrena su lengua, sino que se engaña a sí mismo, su religiosidad está vacía. Un signo de estar acogiendo la Palabra del Señor y el don de su Espíritu es que va desapareciendo el juicio y la murmuración contra el hermano. Porque empiezas a mirar al hermano como lo mira el Señor: con ojos de misericordia, y puedes amarlo en sus pobrezas y debilidades.

       La ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere. Y si dejas de juzgar, también se calmará la ira. Y en su lugar aparecerá la misericordia, el perdón y la intercesión.

        ¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

pastoral

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