Reflexión sábado 25 de noviembre
Lectura del santo evangelio según san Lucas (20,27-40):
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro.» Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
Reflexión:
Como hace 2000 años hoy en día existen múltiples interpretaciones de la Biblia. Sin embargo, la norma fundamental que debe guiar nuestra lectura es el principio del amor a Dios y al prójimo. Es vital que nos preguntemos en qué medida estamos viviendo esta Palabra en nuestras vidas. A menudo, corremos el riesgo de interpretar la Palabra a través de lentes personales y con intereses particulares o leerlas en base a lo que “los otros deberían hacer”, y no llego a preguntarme que me dice a mí.
Jesús nos insta a situarnos ante Su Palabra, a ver en ella nuestra propia vida con todas sus gracias y reconocer las áreas que aún necesitan trabajo. Esta interpretación nos lleva a la transformación del corazón, a un profundo encuentro con Dios.
Tenemos un Dios de vida, un Dios que supera la muerte, y vivir en esa esperanza nos invita a recorrer un camino de fe y transformación.
Así, al centrarnos en el amor a Dios y al prójimo, y al aplicar la Palabra a nuestra vida cotidiana, nos ponemos frente a la verdadera esencia del mensaje de Jesús y encontramos la esperanza y el camino hacia la vida eterna.