10 nov

Reflexión viernes 10 de noviembre

Del Evangelio según san Lucas 16,1-8

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él dijo: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”. Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».

Palabra del Señor

Reflexión

En el Evangelio de hoy escuchamos una parábola de Cristo, que va seguida por un mandato de Cristo que no recoge la liturgia del día: «Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas» (Lc 16, 9).

El Señor nos dice, pues, qué hacer para ser recibidos en las moradas eternas. De esto va esta parábola, y de esto versa nuestra fe. De llegar un día al Cielo. Nuestro Señor Jesucristo no ha venido del Cielo para darnos algunos consejos espirituales o ciertas pautas de conducta. Para eso no hacía falta venir del Cielo y morir en Cruz. Ha venido del Cielo para llevarnos al Cielo a los que sin Él no podríamos de ninguna manera.

Y para ser recibidos en las moradas eternas, entre otras cosas, hemos de ganarnos amigos con el dinero de iniquidad. Hemos de dar, hemos de practicar la misericordia con obras reales.

Con todo, el Señor ha precedido este mandato de una parábola. Es lo que hoy escuchamos. Esto es muy importante, pues ella nos da la luz desde la que entender su mandato. La parábola de Cristo, su enseñanza, nos sitúa en la perspectiva adecuada para llevar a cabo su mandato, según la justicia mayor del Reino de los Cielos. Nos dice, nos sitúa, en muchos aspectos para acoger su mandato según Él quiere que lo vivamos… pues también los maestros de la ley hacían limosna, pero no como Cristo quería.

Como Cristo nos manda dar limosna es sabiéndonos, no ricos propietarios que dan de lo que les sobra, sino como administradores de bienes (que no nos pertenecen) que, además, estamos en una situación muy problemática: hemos sido sorprendidos haciendo mal nuestra tarea y nos vamos a la calle. Desde esta doble perspectiva (administradores injustos y un despido próximo), es mucho más adecuado entender nuestro lugar en el mundo, nuestra verdadera situación en la tierra. Hemos de dar, hemos de ganarnos amigos para la vida eterna, con una conciencia muy humilde y “desesperada”, con cierta urgencia. Así vive el cristiano en la tierra (no sólo pero también), así debemos dar. No como quien da de lo suyo porque es muy generoso, sino como, quien no poseyendo propiamente nada (sino administrando), ante su expulsión de la hacienda (“desterrados hijos de Eva”), busca amigos que lo recibirán en el Cielo por la caridad que ha practicado.

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