18 dic

Reflexión viernes 18 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,18-24):

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Emmanuel,
que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Palabra del Señor

Reflexión

En muchas partes de Europa hay grutas con estalactitas y estalagmitas. El turismo se aprovecha de ello, pero con la condición de que haya una buena iluminación, de lo contrario, a oscuras, una gruta no suscita admiración, sino miedo. La luz revaloriza las bizarras formas subterráneas. También los hombres se dan luz unos a otros, es una especie de iluminación que, quizás, es más apropiada definir como “explicación”.

Visitando un museo podemos ver muchas cosas y no entender nada. Pero con las explicaciones de un guía experto es como si nuestros ojos se abrieran y nos diéramos cuenta de la cantidad de cosas interesantes que hay. El guía se ha convertido en una lámpara que ilumina lo que vemos.

Una vocación parecida, aunque a un nivel superior, era la de los profetas. Esta es también la función de la Iglesia y de una persona para con otra: mostrar la belleza del mundo espiritual para que esta se haga visible. Pero antes de enseñársela a los demás tenemos que aprender a verla nosotros mismos.

Todo guía turístico de cualquier museo ha experimentado la falta de éxito. Al principio todos le escuchan, pero si se alarga demasiado la gente comienza a dar señales de cansancio, alguno se aleja del grupo, otro hace ademanes desesperados para que concluya…

Los psicólogos usan dos términos: “suscitar la curiosidad” y “despertar el interés”. Parece lo mismo pero en realidad no lo es. La curiosidad desaparece; el interés, en cambio, crece. Las cuestiones religiosas fácilmente suscitan curiosidad, cuando se trata de fenómenos extraordinarios. Quizás un lector ocasional, intrigado, se compra un libro que trata de mística o de los nuevos métodos de meditación pero difícilmente llegará al final del libro.

El verdadero interés es otra cosa. La atención no se concentra sólo en lo que se lee o se oye, sino más bien en uno mismo. Se empieza a entender que lo que “me explica”, desarrolla mis capacidades y favorece  mi crecimiento espiritual.

El guía de la pinacoteca ilustra el sentido de un cuadro. Uno de los turistas escucha atentamente y, al final, dice: “lo he entendido”, pero sin mirar ni siquiera el cuadro. Está satisfecho de saber cómo se interpreta la obra pero él personalmente no es capaz de descubrir su sentido, ni siquiera con la ayuda del guía.

La pedagogía llama la atención a los educadores para que no ejerzan demasiada sugestión sobre los estudiantes, para que no se dé el caso del muchacho que estudia por amor al profesor y que, sin la influencia del maestro, termina perdiendo el interés por el objeto del estudio.

De san Juan se dice que él no era la luz, sino que sólo tenía que dar testimonio de la luz. Su función era la de conducir las personas a Cristo: pero cada uno debe descubrir de forma personal la luz de Cristo. Por eso la lectura de la Escritura, de los libros religiosos, de las homilías, tiene que realizarse con la meditación y la oración. Todo ello nos sirve de ayuda, da un testimonio de la luz de Cristo, pero abrir los ojos es un deber de cada uno.

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