Reflexión viernes 19 de julio
Del Evangelio según san Mateo 12, 1-8
En aquel tiempo, atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado». Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».
Palabra del Señor
Reflexión
Las afirmaciones (desconcertantes) de Cristo de que Él es el Señor del sábado, y de que es mayor que el Templo, nos hacen captar la identidad y naturaleza del Señor. Él no es un mero profeta o un rabbí más. Es el Dios vivo y verdadero. Cristo no es sólo verdaderamente hombre. Es verdaderamente Dios. Ésta es la verdad, ésta es nuestra fe. En su libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI dio voz a un pensador judío, Neusner, que se acerca a Jesús para tratar de comprenderlo desde su perspectiva judía. Entre otras cosas, analiza cómo Jesús se sitúa ante el sábado. El análisis es muy interesante:
«Ahora Neusner puede decir con más claridad que antes: «¡No es de extrañar, por tanto, que el Hijo del hombre sea señor del sábado! No es porque haya interpretado de un modo liberal las restricciones del sábado… Jesús no fue simplemente un rabino reformador que quería hacer la vida «más fácil» a los hombres… No, aquí no se trata de aligerar una carga… Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús». «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá». […] Con ello se pone al descubierto el auténtico núcleo del conflicto. Jesús se ve a sí mismo como la Torá, como la palabra de Dios en persona. El grandioso Prólogo del Evangelio de Juan —«En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios»— no dice otra cosa que lo que dice el Jesús del Sermón de la Montaña y el Jesús de los Evangelios sinópticos. El Jesús del cuarto Evangelio y el Jesús de los Evangelios sinópticos es la misma e idéntica persona: el verdadero Jesús histórico». (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I. Desde el Bautismo a la Transfiguración).
Caigamos, pues, a los pies de Cristo, confesándolo, en adoración, como nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Dios.