Experiencia OUT – Carmen Castillo
Nuestra alumna Carmen Castillo, estudiante de 3º del Grado en Enfermería, nos cuenta su experiencia Erasmus a Tallín, (Estonia), en Universidad Tallinna Tervishoiu Kõrgkool.
Mi experiencia empezó un poco por casualidad, a finales de verano recibí un correo de mi coordinadora, Esther Navarro, a quien estaré siempre agradecida (todos los que os vayáis de Erasmus la acabareis queriendo tanto como lo hago yo), ella es la que se encarga de las relaciones internacionales de nuestra facultad y nos comunicó que todavía quedaban plazas vacantes pese a que el plazo se había terminado, debido a unas bajas, y todavía quedaban oportunidades para aquellos que quisieran aprovecharlas. Siendo sincera nunca me había planteado el irme de Erasmus pero en el momento en el que leí ese correo pensé en que por qué no lo hacía. Si lo quería hacer tenía que ser, o en ese momento, o puede que ya no volviera a tener la oportunidad de irme. Todo fue pensado y hecho, de repente todo eran documentos y papeleos porque teníamos poco tiempo para dejarlo todo solucionado. Menos mal que tenía al lado a Esther para ayudarme en todas las dudas que me iban surgiendo porque fue ella quien me dio la confianza y la seguridad que me hacía falta para terminar de decidirme.
Aterrizamos en Estonia el día 29 de enero, a 15 grados bajo cero y nevando, el país nos recibía en su máximo esplendor y nos ponía en alerta de lo que nos esperaba durante los 4 meses que nos quedaban por delante. He tenido la suerte de poder compartir toda esta aventura con una amiga de la universidad, a la que también estoy muy agradecida puesto que al irnos las dos juntas nos daba menos “miedo” irnos tanto tiempo fuera de casa, ella también fue uno de los motivos por los que me lancé a esta experiencia y siempre le estaré agradecida de darme el empujón que necesitaba para hacerlo.
Nosotras íbamos a la universidad de enfermería que tienen en Tallín, la Tallinna Tervishoiu Kõrgkool. Nos pusimos en contacto con ellos un par de meses antes porque, aparte de las prácticas, también queríamos realizar algún curso para poder convalidarnos alguna asignatura de las que deberíamos cursar en España. En lo referido a las residencias es bastante sencillo, hay tres que son las principales: ENDLA 4, Karu y la que te ofrece la universidad, nosotras decidimos quedarnos en esta última, principalmente por la gran diferencia económica que había respecto a las otras dos y así disponer de más dinero para poder viajar.
Definitivamente la volvería a elegir, es cierto que es la más pequeña de las tres y que tiene algunos aspectos que se podrían mejorar pero la situación era bastante buena, ya que estábamos a 10 minutos en bus del hospital y a 20 minutos en bus del centro. Teníamos un pequeño supermercado a menos de 5 minutos andando que nos solucionaba la vida la mayoría de los días y luego uno mucho más grande que se encontraba a 10 minutos y que era en el que realizábamos las compras “más” grandes, tampoco te podías pasar comprando porque cuando compartes habitación no puedes comprar todo lo que te gustaría porque, literalmente, no tienes donde meterlo. Sin duda, recomendaría que todo el mundo vaya a una residencia, mis mejores recuerdos siempre me llevan allí, donde aprendí que cocinar es mucho más que una pechuga a la plancha, una sopa de sobre o un poco de pasta con tomate, dónde logré poner mi primera lavadora (después de traducir todos los programas del estonio), donde las charlas después de cenar duraban horas, donde nunca te podías sentir solo porque siempre había alguien merodeando por la residencia (aparte de que las habitaciones no es que fueran precisamente insonorizadas).
Sin duda este lugar se ha convertido en un lugar muy especial, siempre que lo recuerdo se me dibuja, inevitablemente, una sonrisa en la cara, me encantaba esa sensación de cruzar la puerta de entrada y sentir ese calorcito propio de un hogar que hacía que el camino hasta tu habitación para poder quitarte todos los abrigos se te hiciera eterno, porque en la calle había 10 grados bajo cero y dentro de la residencia habría unos 20 grados, hacías un cambio de 30 grados en menos de 5 segundos y, claro, cuando llegabas a tu habitación te sobraban todas las capas que te habías tenido que poner para no morir congelada. Siempre aprovechaba el trayecto hasta mi puerta para averiguar qué estaban cocinando nuestras compañeras, si había alguien en la lavandería o simplemente quién estaba por allí.
Nosotras allí, como he mencionado anteriormente, realizamos dos cursos. El primero de ellos consistía en comparar el sistema sanitario de Estonia con el de tu propio país y gracias a él he aprendido cantidad de cosas que desconocía y que me han resultado muy sorprendentes. El otro curso que realizamos era sobre la salud global y tratábamos temas que están a la orden del día como el cambio climático, la contaminación o la cantidad de desperdicios que generamos.
El periodo de prácticas fue el más “duro” ya que los turnos de hospital y su modo de trabajar son un poco diferentes a los que tenemos aquí, pero te acostumbras bastante rápido. Sin duda lo más complicado ha sido el idioma, te dificulta mucho tanto el trato con los pacientes como con el propio personal sanitario, si bien es cierto que el material que usas es el mismo o muy similar al de España, todos los carteles, medicamentos e indicaciones se encontraban en estonio o en ruso y los primeros días inviertes la mitad del turno en localizar donde está cada cosa o dónde tienes que ir. Durante este periodo me he dado cuenta de lo importante que es la comunicación no verbal, todo lo que podemos llegar a trasmitir con nuestros gestos, nuestra delicadeza o con nuestra forma de actuar ya que pese a que muchos pacientes no hablaban inglés y no te entendían, se sentían cómodos porque les trasmitías una buena sensación, además nosotras nos hicimos una especie de guía en la que nos apuntamos las expresiones que más utilizábamos traducidas tanto al estonio como al ruso para que ellos también vieran que nos gustaba su país e intentábamos integrarnos en él.
Otra de las cosas que ha marcado mi Erasmus han sido todos los viajes que hemos hecho, hemos ido a Laponia junto con ESN, hemos estado en Helsinki, en Letonia, en Lituania e incluso en Polonia, mi consejo para la gente que se vaya de Erasmus es que intente ahorrar lo máximo posible para luego poder visitar los países y las ciudades más cercanas.
No voy a negar que los primeros días son bastante complicados, tienes que adaptarte a una nueva ciudad, a unas nuevas costumbres, a una nueva rutina, tienes que acostumbrarte a la que va a ser tu vida durante los próximos 4 meses. Conforme van trascurriendo los días vas aprendiendo a vivir lejos de tu casa, de tu familia y tus amigos, vas acostumbrándote al clima, a la gente con la que ahora compartes 24 horas y que, día a día, os acabáis convirtiendo en una familia.
Sin duda es una experiencia que repetiría con los ojos cerrados, llegas a una nueva ciudad en la que no tienes nada y te vas dejando tantas cosas… Allí dejas tu casa, la “familia” que has creado, amigos que puede que pasen años hasta que puedas volver a ver pero que siempre formarán parte de esa experiencia inolvidable.
Cuando subes al avión de vuelta sientes que una parte de ti se queda allí, que te has convertido en una persona totalmente diferente a la que llegó 4 meses atrás gracias a esa magia que tiene el erasmus y de la que todo el mundo habla pero que tu no entiendes hasta que vives la experiencia. Es en ese momento cuando realmente te detienes a pensar en todas las cosas que has vivido, y que ahora repetirías con los ojos cerrados, que incluso los momentos malos eran necesarios para poder valorar después los buenos y que incluso éstos también los repetirías porque ahora ya no parecen tan malos. Y justo en ese momento es cuando la frase que has leído en el 90 % de los blogs que consultaste antes de empezar tu Erasmus de “la persona que vuelve no es la que se va” cobra más sentido que nunca.
¡Carmen, muchas gracias por tu experiencia, te deseamos lo mejor en el futuro!