Reflexión sábado 5 de febrero
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,30-34)
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Los apóstoles se reúnen con su Maestro. Caigamos en la cuenta de que Marcos es la primera vez que los llama así. También nos da un detalle exhaustivo del momento. Jesús y sus discípulos buscan un lugar tranquilo, apartado, para hablar y descansar. Fijémonos que les dice “Venid”; esta es la primera palabra que utilizó Jesús cuando los llamó para que estuvieran con Él.
Cuando la gente sabe que Jesús llega, se aglutina alrededor y trunca sus planes. Pero Jesús parece que lejos de enfadarse, sintió compasión por todas aquellas personas que se sentían solas, abandonadas y se puso a nutrirlos con la Palabra de Dios.
¿Cómo fue la mirada de Jesús? Una mirada de amor, de compasión, acogedora, porque descubre que andan perdidos, desorientados…
La palabra “Venid” también la utiliza hoy, a través de la Iglesia, con todos nosotros, “Venid, seguidme”, pero nosotros seguimos rehuyendo, alejándonos, no queremos compromiso, no queremos guía, ni pastor, si no seguir perdidos, dando tumbos, porque somos conscientes de que si le seguimos, si nos dejamos llenar por su amor, por su palabra, despertaremos en nosotros la necesidad de compartirnos, de entregarnos a los más débiles, a los más abandonados.
Cuando descubrimos al Dios de Jesús, nuestra visión de la Eucaristía cambia, no es un rito a cumplir, ni un precepto, sino un encuentro personal con el Maestro, que nos llena y a partir de ese momento al igual que Jesús nuestra mirada debe transmitir amor. Nuestras manos deben ser acogedoras y extenderse para que el mundo sea mejor y más humano.