Lectura del santo evangelio según san Lucas 5, 27-32

En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».

Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos, de Jesús:
«¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?».

Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

Palabra del Señor

Reflexión:

Qué importante es no sentirnos dueños de la salvación, como si fuera algo que ya hemos conquistado, sino reconocernos siempre como peregrinos que caminamos, paso a paso, en este camino de conversión que nunca termina. La fe no es un estado fijo, sino un proceso constante, donde hay caídas, dudas, cansancio… pero también oportunidades para volver a levantarnos, sostenidos por la misericordia de Dios.

Jesús no llama a los perfectos. Llama a los que, como Leví, están dispuestos a dejar lo que estorba, a levantarse de donde están y a seguirlo. Y cuando Él pasa por nuestra vida y nos invita a su mesa, lo hace no para juzgarnos, sino para sanarnos, para darnos vida, para recordarnos que no estamos solos, que no se cansa de buscarnos y de ofrecernos su perdón.

En este tiempo de Cuaresma, pidamos no acostumbrarnos a estar con Él. Que cada encuentro con el Señor —en la oración, en los sacramentos, en su Palabra, en los hermanos— no se vuelva rutina, sino un momento renovado de alegría y gratitud, sabiendo que seguimos siendo amados, llamados y perdonados. Que el corazón no se endurezca ni caiga en la soberbia de creerse «justo», sino que se mantenga siempre humilde, abierto, consciente de que necesitamos de su amor cada día.

Cristo ha venido por nosotros, los que necesitamos ser sanados. Que no perdamos nunca la capacidad de reconocernos entre ellos.