Lecturas para pensar bien (6) C. S. Lewis y el subjetivismo
Lecturas para pensar bien (6) C. S. Lewis y el subjetivismo
Presentamos un nuevo texto de C. S. Lewis (1898-1963). Se trata del comienzo de un ensayo de 1943 en el que aborda no sólo la inconsistencia del subjetivismo, sino también su radical maldad para el ser humano. Buena lectura.
Como causantes de miseria y de vicio, siempre nos acompañan la codicia y el orgullo de los hombres, pero en determinados períodos de la historia, esto aumenta considerablemente por la prevalencia temporal de alguna filosofía falsa. Pensar correctamente no hará que los hombres malos se hagan buenos, pero un error puramente teórico puede suprimir controles ordinarios ante el mal, y privar a las buenas intenciones de su apoyo natural. Un error de este tipo campea en el presente. No me refiero a las filosofías del Poder de los estados totalitarios, sino a algo que va más hondo y se extiende más ampliamente y que, ciertamente, ha dado a esas filosofías del Poder su oportunidad dorada. Me refiero al subjetivismo.
Después de estudiar lo que lo rodea, el hombre ha empezado a estudiarse a sí mismo. Hasta ese momento, había dado por supuesta su propia razón, y a través de ella había visto las demás cosas. Ahora, es su propia razón la que se ha convertido en objeto: es como si nos sacáramos los ojos para poderlos ver. Así estudiada, su propia razón se le aparece como el epifenómeno que acompaña a los sucesos químicos y eléctricos de una corteza que es, ella misma, el sub-producto de un proceso evolutivo ciego. Su propia lógica, hasta entonces el rey al que debían obedecer los hechos en todos los mundos posibles, se convierte en meramente subjetiva. Ya no hay razón para suponer que muestre la verdad.
Mientras ese derrocamiento se refiera sólo a la razón teórica, no podrá ser completo. El científico tiene que presumir la validez de su propia lógica (a la recia moda antigua de Platón o de Spinoza) incluso para probar que es meramente subjetiva, y por tanto sólo puede flirtear con el subjetivismo. Es verdad que ese flirteo llega a veces algo lejos. Se me dice que hay científicos modernos que han eliminado de su vocabulario las palabras verdad y realidad, y que sostienen que la finalidad de su trabajo no es saber lo que está allí sino obtener resultados prácticos. Esto, sin duda, es un mal síntoma. Pero, en general, el subjetivismo es un compañero de yugo tan incómodo para la investigación que, en este terreno, se ve continuamente contrarrestado.
Pero cuando nos dirigimos a la razón práctica, se encuentra que los efectos ruinosos operan con fuerza plena. Entiendo por razón práctica nuestro juicio del bien y del mal. Si alguien se sorprende de que lo incluya bajo el nombre de razón, permítaseme recordarle que esa misma sorpresa es uno de los resultados del subjetivismo que estoy discutiendo. Hasta los tiempos modernos, ningún pensador de primer rango dudó nunca que nuestros juicios de valor fueran juicios racionales, ni que fuese objetivo lo que ellos descubrían. Se daba por supuesto que, en la tentación, la pasión se oponía a la razón, y no a algún sentimiento. Así pensaron Platón y Aristóteles, y Hooker, Butler y el Doctor Johnson. la visión moderna es muy diferente. No cree que los juicios de valor sean juicios en absoluto. Serían sentimientos, o complejos, o actitudes, producidos en una colectividad por las presiones de su ambiente y de sus tradiciones, y variables de una colectividad a otra. Decir que algo es bueno sería simplemente expresar lo que sentimos sobre aquello; y lo que sentimos sobre aquello es lo que se nos habría condicionado socialmente para que sintiéramos.
Pero si esto fuera así, entonces se nos podría haber condicionado para que sintiéramos de otra manera. “Quizás, piensa el reformador o el experto educativo, “sería mejor que así fuera. Mejoremos nuestra moralidad”. De esta idea, aparentemente inocente, proviene la enfermedad que ciertamente acabará con nuestra especie (y, en mi opinión, condenará nuestras almas), si no se la extermina: la fatal superstición de que los hombres puedan crear valores, de que una colectividad pueda elegir su “ideología” como los hombres eligen su vestimenta. Cualquiera se indignaría al oír a un nazi definir “justicia” como “lo que conviene a los intereses del tercer Reich”. Pero no siempre se recuerda que esa indignación carecería totalmente de fundamento si uno mismo considerase la moralidad como un sentimiento subjetivo que puede ser alterado a voluntad. A menos que haya algún patrón objetivo del bien, que abarque igualmente a los alemanes, a los japoneses, y a nosotros mismos —lo obedezca o no cualquiera de nosotros—, por supuesto que esos alemanes estarán tan autorizados para crear su ideología como lo estamos nosotros para crear la nuestra. Si “bueno” y “mejor” fueran términos que derivan su significado único de la ideología de cada pueblo, por supuesto que las ideologías mismas no podrán ser ni mejores ni peores cuando se comparen entre sí. A menos que la vara de medir sea independiente de las cosas que mide, no se podrá hacer ninguna medición. Por la misma razón, sería inútil comparar las ideas morales de una época con las de otra: las palabras progreso y decadencia carecerían igualmente de sentido.
S. LEWIS, EL VENENO DEL SUBJETIVISMO, 1943