Reflexión del sábado, 6 de marzo

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Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas 15,1-3.11-32

EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado e! ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

REFLEXIÓN

Comenzábamos la semana con la invitación de Jesús. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Y la terminamos con la parábola del padre y los dos hijos. El padre fue misericordioso con los dos.  Toda una semana en que hemos orado y reflexionado sobre la misericordia, el perdón, el servicio, la solidaridad, el dar frutos de buenas obras…

En la parábola de hoy vemos que no es solo el hijo menor el que se pierde porque se marcha de casa, sino también el mayor que se queda pero que se encuentra lejos del padre. La parábola es una invitación a confiar en la inmensa misericordia del padre para quien siempre seremos sus hijos queridos. Él respeta siempre nuestras decisiones, pero sufre por sus consecuencias y siempre espera para acogernos de nuevo en casa. Siempre nos tenemos que dejar transformar por este amor inmerecido para reencontrar el camino hacia el Padre y hacia los hermanos y convertirnos en misericordiosos como Él.

En la parábola el padre espera, sale al encuentro, abraza, acoge, celebra porque su bondad no tiene fronteras. Al hijo pequeño le ofrece un perdón sin reservas cuando vuelve al hogar, y al hijo mayor una conversión al amor fraterno. ¡Qué difícil es apreciar la misericordia de Dios desde criterios humanos! Cabe que el relato sea una denuncia si nos sentimos personalizados en el hermano mayor, y cabe que sea una gran esperanza si nos sabemos abrazados por el padre en el hermano menor.

El Papa Francisco comentando esta parábola dice: “Nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre, no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla… ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad. Incluso en las situaciones más feas de la vida Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera…

El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos o porque vamos lejos o porque estamos cerca pero sin ser cercanos.

 

Este evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar en la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad.

 

Hoy nos podemos preguntar ¿Cuál es la imagen de Dios que tengo hoy?, ¿Ha cambiado a lo largo de los años?, ¿Es una imagen de misericordia o de juez a nuestra medida?, ¿Qué imagen comunico?

 

 

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