Reflexión domingo 14 de enero
Lectura del santo evangelio según san Juan (1,35-42):
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
Palabra del Señor
Reflexión
El pasado domingo comenzó el tiempo ordinario del Año litúrgico. La belleza de este tiempo está en el hecho de que te invita a vivir la vida ordinaria como un camino de santidad, de fe y de amistad con Jesús. En estos primeros domingos, antes de la Cuaresma, vamos a ir descubriendo que ser cristiano no es un moralismo, sino seguir a Jesús y, por tanto, vamos a ir viendo las actitudes fundamentales del discípulo, como preparación para poder escuchar y acoger toda la predicación de Jesús. La Palabra de Dios que pro-clamamos hoy nos plantea la fe como una llamada de Dios que nos ama, y como la respuesta del hombre que se abre a Dios, se deja amar por Él y es transformado por su amor. Toda la vida del hombre es vocación, una llamada de Dios y una respuesta del hombre: llama-da a la vida, llamada a la santidad, llamada a una vocación-misión con-creta, llamada cada día a hacer su voluntad. Tal vez por eso, la Iglesia nos invita a comenzar cada día la Liturgia de las Horas con el Salmo invitatorio: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón (Sal 94). Sin embargo, muchas veces vi-vimos rodeados de inquietudes, de miedos y de ruidos que nos impiden poder escuchar la voz de Dios. Porque Dios sigue llamando, sigue invitando a la fe…, lo que ocurre es que a veces nos hacemos los sordos. Porque vivimos en el mundo de los ruidos. El silencio nos molesta, nos desconcierta, y la Palabra de Dios nos anuncia hoy que a Dios se le escucha en el silencio de un corazón humilde vacío de ansiedades, autosuficiencias y egoísmos. Samuel oyó la voz del Señor en el silencio de la noche: por eso pudo escuchar al Señor. Porque la llamada del Señor es suave, y nuestra actitud ha de ser la de estar atentos, la de estar a la escucha, porque Él es el Señor, nosotros los discípulos, Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el Redentor que nos libera de la esclavitud del pecado. Los primeros discípulos escucharon las palabras de Juan el Bautista que señalaba a Jesús y fueron en pos de Él. Su respuesta fue el inicio de una nueva vida. Tan nueva, que –como un signo– cambia hasta el nombre: Tu eres Simón… te llamarás Cefas, Dios continúa ha-blando también hoy, y su Palabra compromete nuestra forma de vivir.
La respuesta nuestra a la llamada de Dios supone romper con el estilo de vida del mundo para aceptar a Cristo como la luz que ilumine tu vida, tus actitudes, tus obras; y, con esa luz de Cristo en tu
corazón, dejar que el Espíritu San-to construya tu vida como Él quiere, ir viviendo tu vocación a la santidad. El Señor te invita a seguirle, a ser santo, ¿te atreves?