Reflexión domingo 16 de junio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34):
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor
Reflexión
La Palabra de Dios que proclamamos hoy nos presenta la realidad del Reino de Dios que crece, como la semilla, sin que el labrador se dé cuenta. El Reino de Dios no recibe su poder del mensajero que lo anuncia, sino que lo tiene en sí mismo, en su naturaleza de “Palabra de Dios”. El protagonista del Reino es Dios, Él es quien actúa, quien salva, quien da la vida, quien hace crecer: Sin mí no podéis hacer nada. Todo es don, todo es gracia.
Dios construye su Reino desde la sencillez, sin el poder de la fuerza. Lo hace desde el silencio y por medio de personas insignificantes, pobres y débiles. Dios reconstruye la vida desde dentro, actuando principalmente en el pequeño y en el débil.
Las parábolas de hoy nos presentan el Reino de Dios como un don, como un regalo que el Señor nos ofrece gratuitamente, por puro amor: El justo crecerá como una palmera…, plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios.
La parábola de la mostaza nos muestra la grandeza del crecimiento que contrasta con la pequeñez de la semilla. Dios emprendió el camino de la sencillez para encontrarse con el hombre: siendo rico se hizo pobre por nosotros, para nacer eligió un pesebre, vivió en la humildad, y murió en la cruz. Al cielo se sube bajando.
Dios sigue buscando reflejos de pequeñez: la sencillez de la Palabra de Dios, la humildad de María, la pequeñez de los sig-nos sacramentales (pan, agua, vino), la fragilidad de la Iglesia. Por ellos nos llega su acción salvadora, como signos eficaces. Este es el sello de sus obras.
El Reino de Dios es de los pobres, de los humildes, de los sencillos, de los que confían y esperan, más allá de las apariencias. Lo único que nos pide el Señor es que dejemos crecer la semilla, que no pongamos obstáculos a su crecimiento, que no apaguemos el Espíritu, que no echemos en saco roto la gracia de Dios.
Que acojamos con cariño y con alegría la semilla que ha si-do sembrada en nuestro corazón. Es un gran regalo por el que hemos de alabar y bendecir cada día al Señor.
Y hemos de cuidar tesoro. Para ello, para que nuestro corazón sea tierra buena donde pueda crecer la semilla, es necesario que seamos humildes, que vivamos cada día desde la con-fianza en el Señor, que escuchemos su Palabra y la acojamos tratando de llevarla a la práctica, que tratemos de estar unidos al Señor por medio de la oración.
Que participemos en los sacramentos-, especialmente en la Penitencia y en la Eucaristía, que pasemos por el mundo haciendo el bien, que vivamos la comunión eclesial, y que, en definitiva, tratemos de descubrir la presencia amorosa de Dios en nuestra vida -incluso en medio de la cruz- y vivamos cada día haciendo su voluntad.
En definitiva, que vivamos cada día dejándonos llevar por el Espíritu Santo, que es quien realiza en nosotros la obra de la santidad.