Reflexión domingo 3 de septiembre
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,21-27):
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
Palabra del Señor
Reflexión
La cruz es la señal del cristiano y no hay cristiano que no tenga una cruz cada día por pequeña que sea. Esas cruces pueden ser las contrariedades de la jornada, una enfermedad o algo que no te salga como tú quieres.
Jesús nos enseña y nos da la fuerza necesaria para aguantar la cruz y llevarla con alegría y esperanza.
Más aún Jesús nos invita a que tengamos el compromiso de tomar la cruz cada día y seguirle de cerca, dicho de otro modo, de participar de la pasión de Cristo todos los días.
Cuando veamos una cruz, ya sea por la calle, en alguna Iglesia o en casa, que nos recuerde que sea nuestro deseo de estar unido a Cristo. Que lo que hagamos, lo hagamos con amor. Justamente la Cruz en eso, es signo del amor de Cristo a nosotros, que nos amó hasta el extremo, hasta entregar su vida en la cruz, por amor a cada uno de nosotros, para que tengamos vida eterna.