17 feb

Reflexión viernes 17 de febrero

Del evangelio según san Marcos 8, 34-9, 1

Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles». Y añadió: «En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».

Palabra del Señor

Reflexión

El Señor habla muy claro. La vida, nuestra alma, se puede perder o se puede salvar.

Sólo hay, en definitiva, dos caminos posibles. Uno es el que lleva a la vida perdurable y auténtica, la salvación del alma, y éste pasa por seguir a Cristo, negarse a uno mismo y tomar la propia cruz. El otro camino lleva a la perdición y se transita cuando uno trata a toda costa de salvar la propia vida según los criterios de este mundo. Así habla el Señor. No podemos maquillar sus palabras o meterlas debajo de un celemín.

Nos puede parecer áspero o duro… incluso nos podría avergonzar que Cristo hable así, como Él mismo advierte («Quien se avergüence de mí…») pero, a fin de cuentas, es el mismo camino que eligió y vivió el Señor. Y, cuando uno mira a su corazón, no tarda en descubrir que, si Él vivió y murió así, no tendría sentido (ni sería propio de buenos discípulos), querer otra cosa. “Si tú, Señor, te negaste a Ti mismo y cargaste con tu Cruz, ¿cómo podría yo ser feliz de otra manera?, ¿cómo podría elegir yo esconder la cruz y vivir complaciéndome a mí mismo?”.

Fue y es también el camino de la Santísima Virgen María.

Tomemos en serio y sus palabras y queramos lo que Él quiere: salvar nuestras vidas por el camino que Él nos dice. Él nos invita y esta invitación es la oportunidad de nuestra vida: Ir, por Él, y como Él, a la vida eterna. Es también la oportunidad de mirar nuestra cruz de frente, sin alienarnos de ella, sin negarla, sin esconderla. El Señor lo dice con nitidez: podemos, tras Él, con los ojos fijos en Él, cargar con la cruz y seguirlo.

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