Reflexión jueves 11 de enero
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor
COMENTARIO:
Hoy se nos aclaran algunas cosas que aparecían en los evangelios de los días anteriores: Jesús actúa con autoridad y le mueve el Reino de Dios.
La persona que se acerca a Jesús lo hace con confianza: “Si quieres, puedes limpiarme”. Confía en su autoridad y le pone delante lo que hay. Jesús, “sintiendo lástima”, hace lo que está de su mano: le toca. Al que era impuro, le cura ser tocado. Al que era excluido le cura ser aceptado. Jesús trae salud, porque toca, acepta, acoge. Y “quedó limpio”.
A Jesús le mueve el Reino. No busca fama ni gloria. Por eso pide silencio. Las cosas grandes –el origen de la vida, el crecimiento de un ser, la paz del corazón…- acontecen en el silencio.
Pero el que ha sido amado y curado, desde su debilidad, no puede callarse. Por eso, sin mala voluntad, el personaje del evangelio desobedece a Jesús proclamando a los cuatro vientos la misericordia que Dios ha tenido con él. Y no es para menos. El bien se difunde. El agradecimiento es expansivo. El corazón agraciado no puede callar…
A veces creo que si no somos mejores es porque nos falta consciencia de todo lo bueno recibido. De lo que otros y Dios a través de la vida han hecho por nosotros. Sabiendo que ninguna vida es perfecta. “De la abundancia del corazón habla la boca”.
ORACIÓN:
Oh Dios y Padre nuestro:
Tú aceptas que tu Hijo Jesucristo
comparta la suerte de los marginados de la sociedad
y cargue sobre sí el sufrimiento de todos.
Que ojalá nosotros lleguemos a ser como él,
para que entre nosotros no haya ni un solo marginado,
para que ningún pecado sea imperdonable,
y para que ninguna miseria sea causa de rechazo.
Haznos, siguiendo el ejemplo de tu Hijo,
personas que alcen al despreciado
con palabras cálidas de acogida
y con obras de ánimo y aliento.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
EN FAMILIA:
Que cada uno haga una petición por la gente enferma