13 ene

Reflexión jueves 13 de enero

Del Evangelio según san Marcos 1,40-45

En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme».

Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio».

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

 Palabra del Señor

Reflexión

  • Estos días atrás hemos visto que el evangelista Marcos en su primer día de vida pública ha visitado la sinagoga y la casa de Pedro. En ambos lugares ha obrado curaciones, aún siendo día de sábado. ¿Quién es ese hombre que habla con autoridad y cuya palabra tiene poder sobre los espíritus inmundos, que hace milagros y cura a los enfermos?, es la gran pregunta que nos está lanzando el evangelista.

En el pasaje de hoy Marcos nos muestra un nuevo milagro, pero creo que lo más interesante en este caso no es tanto la curación como el tipo de persona que recibe el milagro: un leproso, alguien totalmente excluido de la sociedad de su época, un auténtico paria, que avisa a todos con una campana para que huyan de su encuentro. Todos huyen, todos excepto una persona: Jesús. Para él, el leproso es alguien importante, alguien ante quien hay que detenerse y escucharle.

El papa Francisco critica con fuerza esa cultura del descarte que se ha vuelto hegemónica en nuestro mundo, porque vulnera la dignidad sublime de toda persona humana, poniendo por encima de ella el interés del capital. «Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”» (EG 53). No podemos desechar a nadie; cada persona tiene un valor infinito, porque Cristo ha muerto por ella en la cruz. ¿Qué hacemos nosotros con los leprosos del siglo XXI?

Francisco de Asís escribió en su Testamento (a. 1226) como cambió su vida tras el encuentro con los leprosos. «El Señor me dio a mí, hermano Francisco, comenzar a hacer penitencia de esta manera: Cuando estaba en pecado, me resultaba amargo ver leprosos; pero el mismo Señor me llevó a ellos y tuve compasión de ellos. Y cuando volvía, lo que me parecía amargo se me había cambiado en dulzura para el alma y para el cuerpo. Así estuve un tiempo y luego dejé el mundo».

El pecado nos lleva al aislamiento, a la indiferencia ante el dolor de los demás. La gracia de Dios, en cambio, nos empuja al encuentro del otro y su cuidado. Un cuidado que nace de una fuerza interior que debe cuidarse buscando la oración, el encuentro íntimo con Dios. El final del evangelio nos dice que «Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aún así acudían a él de todas partes». La soledad de la oración es una medicina que refuerza la relación con Dios e impulsa a una caridad real hacia el necesitado.

Se cuenta que en cierto momento en el que la monjas de la Madre Teresa de Calcuta se vieron desbordadas por la atención a los más pobres de Calcuta y se plantearon qué hacer, la Madre Teresa decidió que era necesario hacer más oración diaria ante el Santísimo sacramento. Así se llegaría a atender mejor a los necesitados, porque no se puede dar la fuerza que no se tiene. Cuidemos pues la oración, para poder vivir la caridad. Así sea.

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