31 may

Reflexión jueves 21 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-45):

En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Reflexión

  • La alegría es de por sí difusiva. Precisamente mañana tendrá lugar el sorteo de Navidad y todos veremos por la televisión la alegría desbordante de aquellos afortunados a quienes el azar les habrá hecho ganar una buena cantidad de dinero. Décimo en mano, hombres y mujeres se reúnen en torno a la administración en la que compraron el décimo, acompañados de amigos y vecinos. Y sin ningún reparo, delante de las cámaras, comparten su alegría con todo el mundo a través de las diferentes cadenas de televisión. Aunque no nos haya tocado lotería, todos hemos experimentado esa sensación de tener que compartir con alguien una buena noticia que nos ha llenado de alegría: la obtención de un buen puesto de trabajo, el nacimiento de un hijo, la obtención de un título, etc. Parece como si en nuestro interior hubiera un resorte que nos empujara a comunicar y compartir la alegría con quienes nos rodean. Mientras que la tristeza, en cambio, nos hace encerrarnos en nosotros mismos.
  • Se comprende entonces la reacción de María tras la anunciación del ángel. El corazón de María, agitado por todo lo que acababa de suceder, comenzaría a serenarse. En un acto reflejo, casi inconscientemente, pondría la mano sobre su barriga y, al mismo tiempo que la deslizaba, una sonrisa empezaría a dibujarse en su boca. El vértigo que había sentido al saberse elegida para ser madre de Dios empezó a ceder, para dar paso a una gran alegría.

Seguramente empezó a sentir la necesidad de correr y contar aquello que le había sucedido a alguien de confianza. Pero ¿a quién? Acordándose de las palabras del ángel, «fue aprisa a la montaña», a la aldea de su prima Isabel. Ella sabría entender, porque también ella había sido bendecida por Dios.

            Efectivamente, así sucederá. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura que llevaba en su seno saltó de alegría e, iluminada por el Espíritu Santo, comprendió lo que había sucedido. La abrazó y le dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre». Frase que ha quedado grabada para siempre en la memoria de los cristianos a través de la oración mariana por excelencia, el avemaría.

Al detenernos estos días ante el belén a contemplar al niño Jesús, podemos hacer nuestra la pregunta de Isabel: ¿Quién soy yo para que me visite mi Señor? Seguro que su respuesta nos llenará de alegría y volveremos a sentir la necesidad de compartir esa alegría con los demás. Así sea.

pastoral

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