Reflexión jueves 27 de julio
Lectura del Evangelio según San Mateo (Mt 13,10-17).
En aquel tiempo se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?».
Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Palabra del Señor
Reflexión
- La pregunta que los discípulos realizan a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?», nos sirve para profundizar en este recurso retórico que Jesús utilizó abundantemente para anunciar la llegada del Reino de Dios.
Las parábolas son breves narraciones construidas con imágenes familiares para el receptor que tienen la virtud de transmitir con sencillez una enseñanza e involucrar al oyente, ya que éste puede identificarse fácilmente con alguno de los personajes.
Ahora bien, esta identificación y comprensión no siempre sucede. Aunque sencillas en sus imágenes, las parábolas están escritas en una época y un contexto cultural distinto al nuestro, que nos dificulta su comprensión. La enseñanza que lleva consigo la parábola no es de naturaleza simple, sino un enigma insinuante, un mensaje polifónico. Unas veces parece que destaca una voz y, más tarde, otra, en función también de la disposición y de las circunstancias vitales del oyente.
Muchos de vosotros tendréis la experiencia de haber ido a un museo de arte moderno, poneros frente a un cuadro y quizás no entender prácticamente nada. El cuadro puede que sea una maravilla, pero para nosotros resulta un poco oscuro porque no tenemos unos grandes conocimientos de pintura, de la combinación de formas y colores, etc. Si uno va al museo con una mala disposición: «no me va a gustar»; «no sé para que voy»; «menudo rollo», el cuadro difícilmente le dirá algo. Pero en otro momento, quizás tras algún suceso vivido, ese mismo cuadro despierta en ti algo interesante.
Lo mismo sucede con las parábolas: quien de antemano pone un muro a la fe y no quiere creer, la parábola no le dirá más bien poco. Como veíamos ayer, si alguien no abre su entendimiento y su voluntad al anuncio del evangelio; si no está dispuesto a la conversión, difícilmente se sentirá interpelado. De ahí la cita de Isaías que recoge san Mateo: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure».
Alguien dijo que «quien no reconoce como madre a una persona que habla, oye sólo la voz de una mujer». Nosotros podríamos decir que quien no reconoce como Dios a Cristo, como mucho oye sólo la voz de un hombre bueno. Pero Jesús es mucho más, es el Hijo de Dios.
- Busquemos siempre la conversión de nuestro corazón. Crecer en el amor a Dios y al prójimo será la mejor disposición para que la Palabra de Dios cale en nuestro tierra y dé mucho fruto.