Reflexión lunes 17 de julio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 34-11, 1.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y quien me recibe, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé a beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa. Cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Queridos amigos y amigas:
Duras palabras y difícil de entender en la boca de Jesús del que tenemos que aprender a ser «mansos y humildes de corazón».
Una vez más nos muestra el Evangelio la importancia de la fe en Cristo y, en especial, en su persona. Una fe que tiene que estar por encima de las cosas más sagradas y más grandes de la vida. Sería una fe falsa aquella que, para no romper los vínculos familiares o amistosos, permaneciera en un nivel superficial o lo fuera solo de nombre, sin ninguna exigencia.
La fe verdadera, significa optar clara y decididamente por la persona de Cristo, aunque esto supusiera, renunciar a los sentimientos más profundos del corazón pues lo que cuenta es la opción por Cristo frente a todos los demás valores e ideales de la vida.
Para entender este evangelio hay que mantener, por encima de todo, que Dios sólo quiere nuestro bien, nuestra felicidad. Y Jesús sabe que la verdadera felicidad sólo viene del verdadero amor. Nadie puede ser feliz sin amar y ser amado.
Pero también sabe Jesús que, en el amor humano, se puede meter el gusano del egoísmo que mata el verdadero amor. Al encarnarse Dios en la persona de Jesús, nos ha traído no un amor cualquiera sino el amor auténtico, el verdadero amor. Este amor-divino se ha encarnado en el amor humano y lo ha hecho uno.
Por eso ha elevado el amor humano y lo ha despojado de todo egoísmo. Cuando sólo nos amamos con un amor humano, poco nos amamos. Cuando nos amamos con ese amor divino traído por Jesús, nuestro amor llega a plenitud. Entonces estamos capacitados para ser felices, plenamente felices. A todos interesa este amor. Si los esposos se amaran con este amor…Si los hijos, si los amigos, si los padres…se amaran con este amor, todos seríamos felices.
Y eso le pasa a Dios cuando le damos un amor pequeño, limitado, egoísta. Nuestro pequeño y limitado amor humano. Que seamos capaces de reafirmar la fe en Cristo y el Evangelio es una necesidad vital para el cristiano de este tiempo.
¡Todo un desafío, hacer de Cristo y a su Evangelio la opción fundamental de mi vida
sobre la cual pilote todos los demás valores de mi existencia!
¡Feliz día!, disfrutad y dejaos moldear por Dios.