19 jul

Reflexión miércoles 19 de julio

Del evangelio según san Mateo 11,25-27

Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a la gente sencilla

En aquel tiempo, Jesús exclamó:

Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

              La Palabra que el Señor hoy nos regala te invita a dejarle entrar en tu vida. Él está llamando a la puerta de tu corazón. Si le abres, entrará y comerá contigo (cf. Ap 3).

       ¡Dios te ama! Nadie te ama como Él. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, el rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. Él es compasivo y misericordioso (cf. Sal 102).

       Pero ¿cómo hace el Señor esta obra? Lo hace por medio del Espíritu Santo.

       En la primera lectura Yahvé le invita a Moisés a quitarse sus sandalias para acercarse a Él. Es decir, te invita a quitarte tus prejuicios, tus sospechas, tus recelos, tus títulos, tus seguridades… y a acercarte a Dios con humildad, como un niño y a acoger confiadamente el don del Espíritu Santo:

  • que te hace vivir enamorado de Jesucristo vivo;
  • que te permite acoger la Palabra de Dios no como una amenaza sino como una bendición;
  • que pone sabor a tu vida de cada día, llenando tu corazón de gozo y de paz, aún en medio de la Cruz;
  • que te concede poder mirar a las personas que el Señor ha puesto a tu lado con ojos de misericordia, como los de Dios;
  • que te da luz para reconocer tus pecados, pero sin condenarte ni culpabilizarte, sino haciéndote sentir profundamente amado por Dios;
  • que te hace gozar de tu vocación, como una gracia, como un don, como una respuesta a la llamada de amor de Dios;
  • que te hace ver en la Iglesia el Cuerpo de Cristo, y te concede amarla;
  • que llena tu corazón de alegría y así puede brotar de él la gratitud y la alabanza;

       Este es el fuego de Dios. El fuego del Espíritu Santo. Es el fuego de la zarza que arde sin consumirse. Es la llama que arde, pero no quema; que purifica, pero no destruye. El dulce huésped del alma.

       Este es el Dios que hoy te vuelve a decir: Yo soy, yo estoy contigo. No temas. Yo soy el Dios de tus padres… Yo soy fiel. Y no dejaré de amarte nunca.

       Pero esto sólo lo pueden ver los que son como niños, los sencillos…

       ¡Ven Espíritu Santo!  (cf. Lc 11, 13).

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